Milenio

FIN DE AÑO EN ACAPULCO

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Siempre fui muy precavido para que el teléfono celular no se me cayera al inodoro (porque sé que soy descuidado y tengo que cuidarme), ¿y todo para qué? ¿Para que el pinche teléfono se cayera junto conmigo y una poltrona en la alberca principal del Club del Sol Acapulco? Al caer dentro de la alberca lo primero que hice fue buscar mi teléfono, mientras dos señoras de la tercera edad levantaban la poltrona. Una me pregunto si me había hecho daño, la otra tomó la toalla que había caído y, mientras la exprimía, dijo: “Yo siempre le digo a mi marido: todos los hombres son unos inútiles”.

La gran pendejada fue que, desde que llegué el jueves 7 de diciembre, ansiaba asolearme, y no sentía que me hubiera asoleado ni tantito. Así que el sábado 9 estuve persiguien­do los rayos del sol, moviendo la poltrona hasta que me puse en la orilla de la alberca y caí al recostarme. Finalmente el que se bronceó fue mi celular, al ponerlo a secar después de su estrepitos­a zambullida.

Estoy aquí gracias a que la graciosísm­a actriz tabasqueña Mayita Mazariegos ganara un sorteo con el amabilísim­o Juan Carlos Moreno (sobrino de Cantinflas), de una estancia por una semana en el Club del Sol Acapulco, y me invitara a pasar unas vacaciones de ensueño con ella.

Estoy terminando el guión de una película de terror, así que decidí pasar tres días de vacaciones y tres días de trabajo de guión en un hotel chido, con una decoración muy Mauricio Garcés.

El Acapulco Oasis del chilango, el Acapulco de los yates de Germán Valdéz Tin Tan, el Acapulco de la mejor disco gay de los setenta: el bar El Nueve (donde llegaron Sylvester y Village People), el Acapulco donde se pone el sol de la manera más bella (para aparecer del otro lado, en Japón), es también el Acapulco de jueves pozoleros, donde lo mismo puedes disfrutar de un buen plato en el Mercado de Artesanías como de un pozole con show travesti familiar en El Anzuelo.

Por recomendac­ión de nuestro correspons­al acapulqueñ­o, Jesús Arellano, acudimos al pozole del Arrecifes, en la costera, que resume su delicia en el caldo de puerco con pepita (y la botana: taquitos dorados, aguacate, chile verde, queso y chicharrón), cuya grasa se corta con un buen mezcal.

Entre otras cosas, durante mis vacaciones me pinté las barbas de rojo y me tomé fotos sexis. No es temporada alta, y todos los chavos de las prepas cercanas se lanzan a fajar en la obscuridad de la Costera. Unas chavas nos ofrecieron “una estancia gratis en su hotel, con desayuno incluido y una hora de barra libre, por ser aniversari­o de hotel”. Quizá sea una estafa, pero nosotros también somos unos estafadore­s: fuimos a unas pizzas de “coma toda la pizza que quiera por 99 pesos”, con la condición de que no se saque fuera del restaurant­e (cosa que no es muy complicada mediante unas servilleta­s y una bolsa, y la estrategia de no guardar la pizza de golpe sino por cachitos, para que los meseros no se den cuenta.

Tomamos el yate del Bonanza, que nos llevó por las residencia­s de artistas y millonetas (Cantinflas, Luis Miguel, Michael Jackson, Vázquez Raña, Hugo Sánchez, etcétera), el mar abierto y La Quebrada (con barra libre durante el trayecto, amenizado por un grupo de cumbia. El guía se aventaba sus buenos chistorete­s: “Y la casa que vemos al fondo con escalerill­a al mar y rodeada de palmeras ni le tomen foto, pues no sabemos de quien es”).

Metí mi celular mojado en arroz (siguiendo los consejos de la bella Mayita), mientras me contagio del espíritu de este magnífico y psicodélic­o hotel para concluir mi guión.

Espero que un ambiente hollywoode­nse y sin contacto con el resto del mundo contribuya­n al feliz término de mi guión de fantasmas y monstruos marinos. ¡Gracias por todo, Cantinflas! m

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