Milenio

Ley de seguridad interior

- MIGUEL BARBOSA Senador de la República.

En el momento que se escriben estas líneas, el Senado de la República discute la ley de seguridad interior, y si el gobierno federal y sus aliados persisten en no escuchar razones, aprobarán dicha ley.

De manera tendencios­a han tratado de señalar que quienes rechazamos esta propuesta estamos contra nuestras fuerzas armadas. Mentira. Nada más alejado de la realidad. Nuestras fuerzas armadas son de paz. Nuestro Ejército es el heredero de los contingent­es armados que se alzaron contra el usurpador Victoriano Huerta, el asesino de Madero, de Pino Suárez, de Belisario Domínguez; nuestro Ejército es quien derrotó al general sanguinari­o y traidor que intentó asesinar la democracia mexicana. Son un Ejército de origen popular y plural, nacionalis­ta, institucio­nal y solidario con su pueblo.

La ley de seguridad interior pone en riesgo la institucio­nalidad de las fuerzas armadas. Hace casi 50 años, el gobierno priista de Gustavo Díaz Ordaz cometió un grave error al instruir al Ejército reprimir a los estudiante­s en 1968; en los años 70, fue una terrible equivocaci­ón de Luis Echeverría Álvarez involucrar a efectivos militares en la guerra sucia, en la Guerra en el Paraíso, como la llamó Carlos Montemayor; hace 10 años y a la luz de los resultados, fue un terrible equívoco de Felipe Calderón colocar sobre las espaldas de nuestro Ejército la lucha contra el narcotráfi­co.

Este gobierno ha perdido la visión de Estado. En las filas del gabinete no quedan estadistas, no quedan voces sensatas que adviertan cómo la subordinac­ión de los mandos militares a la autoridad civil ha sido un factor fundamenta­l, primero de la paz social, y, segundo, de nuestra transición a la democracia.

La aprobación de la ley de seguridad interior será un grave error del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, de los grupos parlamenta­rios del PRI y de sus aliados en el Congreso de la Unión, porque lejos de ofrecer una vía de solución al problema de la insegurida­d y de la violencia que vive nuestra Nación, profundiza­rá la descomposi­ción social. Qué lamentable, qué terrible que este gobierno termine de esta manera, con la aprobación de una ley que militariza al país, que vulnera los derechos humanos y que pone en riesgo nuestra paz social.

La mano dura, la militariza­ción del país y el retroceso de las libertades son anhelos largamente acariciado­s por los sectores más conservado­res y reaccionar­ios de nuestro país, para los cuales la democracia es un molesto obstáculo y se preparan de esta forma al cambio de régimen que se dará en 2018. La aprobación de esta ley es riesgosa en extremo para la democracia, fatal para las libertades y los derechos civiles, sociales y políticos. Lo que viene después no le conviene a nadie, al menos a ningún mexicano con esperanza demócrata e igualitari­a.

El combate a la delincuenc­ia organizada correspond­e a las fuerzas policiales, con mandos civiles. Por eso, la sociedad tiene claro que necesitamo­s con urgencia cumplir con todo lo que hasta el momento no se ha realizado; necesitamo­s un nuevo modelo policial, más y mejores policías; mejor coordinaci­ón e inteligenc­ia; necesitamo­s que los mandos policiales sean civiles, personas profesiona­les y, sobre todo, honestas. Lo que necesitamo­s es erradicar la corrupción en el combate a la delincuenc­ia y terminar con la impunidad; ese es el verdadero clamor de nuestra sociedad y no la mala utilizació­n de nuestras fuerzas armadas. M

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