NARCOTIZAR EL ALMA
HPara Osmo, compañero de viaje ace tres años, desde que comencé la fase de escritura de mi novela Cinta negra, algo que no comprendo se desató en mi mente y en mi cuerpo, y la única forma que he encontrado para apaciguarlo ha sido consumiendo en grandes cantidades tanto alcohol como otras sustancias, cuestión que me trajo problemas personales, que a su vez reforzaron la necesidad del consumo compulsivo. Finalmente, una separación amorosa y dos muertes muy cercanas terminaron por proveer la excusa perfecta para continuar embruteciéndome, a menudo solo, sin que haya podido hasta el momento resolver la situación. Como corolario, prácticamente no he podido escribir nada que no sea obligatorio desde la conclusión de la novela.
Por razones obvias lo he pensado mucho, entre otras cosas porque me he puesto en peligro grave algunas veces, como cuando muy puesto en ácido me metí por error al cuarto de hotel de una pareja como a las cinco de la mañana en Zacatecas, y por suerte el hombre se encontraba en el baño y alcancé a salir a toda prisa. En busca de comprender lo que sucedía, leí el maravilloso ensayo de Gregory Bateson, “La cibernética del ‘self’: una teoría del alcoholismo”. Su argumento es bastante complejo y detallado, pero para mí lo esencial fue comprender el “orgullo del alcohólico”, que lo sitúa en una relación de competencia con el alcohol, y con el mundo, donde debe demostrar que su fuerza de voluntad es suficiente para renunciar a la adicción cuando así lo desee. En cambio, Bateson ofrece un modelo sistémico, donde no hay un “yo” que deba ofrecer resistencia, sino que el alcohólico, la sustancia y su entorno forman un sistema multicausal, donde de alguna manera su personal condicionamiento hace inevitable que se comporte como lo hace, cuestión que yo he sentido así durante todo este tiempo. La meta, según Bateson, es pasar de una relación simétrica, de competencia, tanto contra el alcohol como contra la vida misma, a una relación complementaria, donde se acepten las debilidades y desgracias, así como el hecho de ser una partícula minúscula dentro de un sistema que nos antecede y nos rebasa. Solo al no competir ferozmente por demostrar que se tiene dominio sobre la sustancia se puede escapar de su yugo.
Reflexionando desde ahí sobre la muerte más reciente que me tocó experimentar, es posible ver que el combustible de mi compulsión ha sido (como sucede a menudo con los adictos) un rechazo del mundo tal y como es, que me condujo a una competencia un tanto diabólica con la vida, mediante la que cada rasgo o suceso intolerable era una especie de afrenta personal que retroalimentaba el rechazo, y que solo podía anestesiarse poniéndome cotidianamente hasta la madre. Pero nada como una muerte abrupta para desinflar toda pretensión de dominio del yo sobre la existencia. Quizá bajo lo que Bateson llama una nueva epistemología me resulte posible renunciar al alcohol y las drogas como muletas para lidiar con aquello que me resulta doloroso, pues, como bien nos recuerda: “Si la criatura destruye su entorno, se destruye a sí misma”. A ver si así también puedo ya volver a ponerme a escribir. m