Milenio

El presidente de EU,

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Donald Trump bebe unos 4.3 litros de Coca-Cola diet al día. Eso significa 12 latas de 360 mililitros, igual a unos 564 miligramos de cafeína o bien unos 11 cafés. No es una dosis saludable. Pero nada lo es en la rutina diaria del presidente de Estados Unidos. Trump lleva décadas durmiendo entre cinco y seis horas diarias. Y profesa una peculiarís­ima filosofía científica que le lleva a creer en el poder de la genética —al punto de que algunos creen que le acerca a la eugenesia, o sea, a la teoría de que la especie humana es perfectibl­e simplement­e “cruzando” los individuos más saludables— y en que cada persona tiene solo una determinad­a cantidad de energía que puede gastar. De ahí viene su rechazo por las actividade­s deportivas. Con una excepción: el golf. En lo que lleva de presidenci­a, Trump ha ido a practicar ese deporte 79 veces. Eso supone que, en promedio, el presidente se pasa uno de cada cuatro días en el green. No está mal para alguien que acusaba a Barack Obama de pasarse todo el tiempo jugando al golf.

Pero, aunque no haga ejercicio, Trump es hiperactiv­o. Se levanta hacia las 5:30 de la mañana. Y lo primero que hace es encender la televisión. Morning Joe, de sus aliados, ahora convertido­s en enemigos feroces, Joe Scarboroug­h (al que acusó indirectam­ente de asesinato en Twitter hace tres semanas) y Mika Brzezinski, y CNN para ponerse de mal humor; Fox and Friends, de Fox News, propiedad de Rupert Murdoch, para recibir una inyección de optimismo. Según los periodista­s del New York Times, Maggie Haberman y Glenn Thrush, que llevan traba- jando desde septiembre en un libro sobre la Casa Blanca de Trump, los asesores del presidente saben de qué humor va a estar en función de lo que vea desde la cama.

Los shows de la mañana también suelen determinar los tuits de Donald Trump, que en ocasiones, según Haberman y Thrush, empieza a tuitear desde la cama. Una cama que nadie sabe a ciencia cierta si comparte con su esposa Melania Trump, con la que, se dice, tiene una relación más bien ártica.

De hecho, Melania estaba barajando en 2015 la posibilida­d de trasladars­e a su Eslovenia natal con el hijo que tiene con el presidente, Barron, que sufre una enfermedad del espectro autista —algo posiblemen­te difícil de aceptar para alguien como Trump, que cree firmemente en que su dotación genética no es de este mundo— hasta que su esposo entró en la política y se vio obligada a ejercer el papel de mujer-florero, primero en Nueva York, y después en Washington.

El día de Trump empieza a relajarse a las seis de la tarde, con una cena informal en la Casa Blanca, con filete a la parrilla muy hecho, tocino, ensalada con salsa roquefort y jugo de carne. No hay alcohol, porque Trump no ha fumado ni bebido en su vida, y además siente animadvers­ión por la bebida y el tabaco tras la muerte de su hermano mayor y favorito de su padre, Fred, por su alcoholism­o. Es el momento más social, en el que el presidente invita a gente a la Casa Blanca, a charlar con ellos, y enseñarles el edificio. También la ocasión para meterse en el cuerpo todo el azúcar que las 12 coca-colas diet no tenían, porque la cena suele concluir con pantagruél­icos postres de helados y tartas. Precisamen­te, en mitad de uno de esos postres, decidió bombardear Siria en abril. “Era el trozo de tarta de chocolate más bonito que hayas visto en la vida”, dijo Trump a la periodista de Fox Business, Maria Bartiromo.

Tras la cena, pasa unas horas más viendo la tv. De nuevo, Fox si está de humor, o CNN o MSNBC si quiere ver algo que le suba la tensión. A media noche, está en la cama. Otro día en la vida del líder del mundo libre. m

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Donald Trump pasa uno de cada cuatro días en los campos de golf.

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