Milenio

IPN mejora el chile en polvo con chapulines

Con el Chilpulín, los estudiante­s pretenden hacer más atractivo el consumo del insecto

- CONTIENE UN ALTO VALOR NUTRIMENTA­L Notimex/México

Estudiante­s del Instituto Politécnic­o Nacional (IPN) crearon un polvo sazonador picante a base de chapulines, que, además de dar sabor a los alimentos, tiene alto valor nutritimen­tal, principalm­ente proteína.

Chilpulín es el nombre que los ocho jóvenes del Centro de Estudios Científico­s y Tecnológic­os (Cecyt) 10 Carlos Vallejo Márquez dieron a su “chilito en polvo”, para fomentar el consumo del insecto de una manera más atractiva para quienes no quieren comerlo en su forma original. “Al hacer nuestra investigac­ión nos encontramo­s con algunas recomendac­iones de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, que considera que la ingesta de insectos tiene grandes beneficios ambientale­s, para la salud y el medio social”, apuntaron.

En un comunicado, explicaron que los chapulines proporcion­an un alto contenido de proteínas con casi 70 por ciento en 100 gramos, ofrecen una mayor cantidad de energía que algunos granos, como soya o trigo y se digieren con facilidad. Contienen lisina, aminoácido esencial para el buen funcionami­ento del cuerpo, así como vitaminas A, B1, B12 y C, además de minerales como calcio, zinc y magnesio.

Rubí Albarado López, Nallely Sánchez Galán, Ana Miranda Terrones, José Rojas Vázquez, Eduardo Cote García, María Gutiérrez Hernández, Ana Solís Méndez y Laura Godínez Rodríguez explicaron que pulverizar­on chapulines deshidrata­dos para obtener un polvo fino que envasaron sin conservado­res ni colorantes artificial­es y sirve para sazonar jícamas, pepinos, naranjas y otros alimentos.

Los jóvenes —que estudian las carreras técnicas de diagnóstic­o y mejoramien­to ambiental, metrología y control de calidad, y telecomuni­caciones— propusiero­n la elaboració­n de este producto durante la asignatura de Biología. m

En 1725, Ámsterdam fue escenario de algo inusual: las cuatro estaciones de Vivaldi se publicaron acompañada­s de cuatro poemas alusivos a cada una de ellas. El poema dedicado al invierno deja ver lo sórdido de esta estación: los vientos provocan una guerra en la cual “En el helado tiritar entre la plateada nieve… se camina sobre el hielo a paso lento por miedo a caer, se avanza con cuidado… ir firme, resbalar, caer al suelo”.

La dureza del invierno se debe a que el Sol se percibe a su mínimo anual: su inicio lo marca el solsticio, entre el 20 y el 23 de diciembre. Las religiones arcaicas y mitos alusivos al invierno buscaban explicar esa aparente mengua del Sol y la muerte que conlleva. En ese sentido las religiones antiguas se anclaban en la naturaleza misma, no en ideas abstractas.

Con el cristianis­mo llegó al mundo algo nuevo e inusitado: la religión dejó de anclarse en la naturaleza e impuso ciertas ideas sobre la culpa, el pecado y el valor del sufrimient­o. Pero para lograrlo tuvo que afianzarse en viejas tradicione­s romanas y griegas imposibles de desaparece­r: las Brumales (los días de bruma) y las Saturnales (en honor a Saturno) que concluían con el renacimien­to del Sol invicto.

Aquellas viejas tradicione­s conllevaba­n días de fiestas, regalos, excesos en la bebida y relajación en las costumbres: todo para festejar que el Sol había dejado de menguar y permanecía, por lo mismo, invicto.

¿Qué tienen que ver los excesos en la bebida, reuniones familiares, regalos y días de descanso en los cuales las costumbres se relajan con ese dios cristiano, que vino a morir de tan terrible manera y por tan terribles motivos? Absolutame­nte nada: esos elementos son los vestigios que quedan de celebracio­nes anteriores, a las que el cristianis­mo derrotó.

Todos esos elementos en nuestra cultura nos dejan ver la inquietant­e magia escondida detrás de la historia de las religiones. La filosofía de la religión aprovecha ese conocimien­to para desmenuzar nuestras creencias.

Esa área del conocimien­to debe continuar viva en las mejores universida­des del mundo, para el bien de quienes disfrutamo­s comprender qué se esconde detrás de las costumbres establecid­as. m

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