Santaclós hace una escala en el Incan para alegrar a quienes padecen cáncer
La organización Gorritos y Más, integrada por sobrevivientes de ese padecimiento, apoya a los enfermos en estado delicado, muchos en etapas avanzadas y algunos desahuciados
Los pacientes del Instituto Nacional de Cancerología (Incan) fueron sorprendidos por Santaclós, quien con su peculiar carcajada y costal color rojo entregó regalos en las salas de espera de quimioterapia, radioterapia, cuidados paliativos y distintas áreas de atención médica oncológica, con el objetivo de alegrar a los pacientes que luchan contra algún tipo de neoplasia.
El personaje llegó a las instalaciones del Incan acompañado de sus duendes. De su costal sacó gorras y bufandas tejidas a mano, acompañadas de coloridas cartas con palabras de apoyo escritas por desconocidos, pero que saben lo que significa vivir con cáncer o tener familiares con esa enfermedad. Gorritos y Más es una organización de la sociedad civil que apoya a los pacientes con esta iniciativa. Esa agrupación se integró por hombres y mujeres sobrevivientes de cáncer que desean apoyar en ese proceso difícil de tratamiento y aceptación a los pacientes en estado delicado, muchos en etapas avanzadas y algunos desahuciados.
Se trata de una labor complicada, explicó Felipe Hernández, integrante de la organización, debido a que muchos de los enfermos acuden al Incan padeciendo dolor extremo, además de que están sufriendo en su piel, cabellera y organismo las secuelas por el uso de tratamientos agresivos para atacar un padecimiento que, en la mayoría de los casos, se detecta en etapas avanzadas.
Existen pacientes, comentó, “que ya perdieron esa esencia por vivir. Son trasladados en sillas de ruedas, en camillas, con la esperanza de encontrar una cura, o por lo menos mejorar su calidad de vida”.
Hernández explicó que para muchos de los que atraviesan esa situación la comida dejó de tener sabor y el agua perdió su valor de hidratación. “Su cuerpo está cansado de luchar y de volver a ser invadido por quimioterapias”, que les resultan altamente tóxicas, provocándoles anemia, fatiga y cansancio extremo y pérdida de la memoria a corto plazo, así como cierta sordera o ceguera. Sobre todo, subrayó, han perdido la independencia de la que gozaban para decidir.
Ante esa situación, Santaclós, con todo y que la gente solo lo miraba, logró arrancar sonrisas de algunas personas, por ese gesto generoso de otorgarles gorras coloridas para cubrir la pérdida de cabellera o de darles bufandas para que se protejan del frío en esta temporada.
Cada jueves, en compañía de sus duendes, el personaje navideño también se para a las afueras de los dos edificios del Incan para ofrecer tortas a los familiares que se quedan en plena calle esperando con paciencia los resultados de una operación, el término de estudios clínicos o el alta de sus seres queridos. Hubo otros Santas que se aparecieron por los pasillos de Cancerología. Unos más chaparritos y más gordos, con voz varonil o de mujer. Todos se aparecieron con la única intención de provocar una amplia sonrisa, incluso, entre aquellos en los que ya se apagó la esperanza de ver crecer a sus hijos o nietos y, posiblemente, hasta de participar en la tradicional cena de Navidad.
En esta época los médicos también se convierten en Santaclós, aunque sin disfrazarse. Afuera del área de Cuidados Paliativos, donde se encuentran los pacientes con pronósticos de muerte cercana, un grupo de especialistas entregó a Don Silvano su dulce preferido: un chocolate.
También repartieron tazas coloridas, colchas y bufandas, detalles que alegaron a los pacientes y los hicieron voltear hacia las paredes del instituto adornado con arbolitos improvisados de Navidad para hacer menos pesada su estancia. Ahí se encontraba doña Margarita, con un pronóstico de dos meses de vida. Hace semanas, relató la paciente, dejó de comer y tomar agua. Su cuerpo no acepta alimento alguno debido a que ya avanzó de manera acelerada el cáncer de colon y se implantó en su tubo digestivo, en pulmones y en garganta. El dolor no cede, pese a la morfina que le administran.
Su mente está fugada y cuando reacciona, está muy enojada ante la discapacidad severa que padece hasta para moverse a su silla de ruedas. Santa le hizo llegar su regalo y, por unos minutos, se contagió de las carcajadas, algo que sus familiares hace mucho no veían en su rostro.
También diversas mujeres del voluntariado acuden en estos días solo para acompañar a los enfermos. Jamás a decir “échale ganas”, solo se limitan a escuchar a los pacientes, sin preguntar. También apoyan al familiar cuando debe hacer trámites o ausentarse unos minutos. Algunas cargan la Biblia, otras, solo el deseo de ayudar. m
“Su cuerpo está cansado de luchar y de volver a ser invadido por las quimioterapias” “Para muchos de los que atraviesan esa situación la comida dejó de tener sabor”, afirma voluntario