Milenio

Compañeros de cama

- ROBERTA GARZA

No entiendo a quien se atraganta porque el PRD y el PAN van juntos, o porque Morena se casó —por la Iglesia— con el PES. Vaya, hasta ahora pocos se asombran de que el partido ecológico se haya aliado fiel y repetidame­nte con la dictadura que depredó por décadas nuestros recursos naturales, y yo no encuentro diferencia­s entre éstos y los anteriores.

Es bien sabido que el PRI nació para que el poder en el México posrevoluc­ionario cambiara de manos, siempre dentro de una misma camarilla, sin necesidad de recurrir a los desestabil­izadores golpes armados; pedirle una ideología coherente al partido que albergó tanto a Salinas como a Echeverría es un ejercicio inútil. Del Verde basta recordar las grabacione­s donde el júnior negocia unos permisos de construcci­ón en zonas protegidas a cambio de 2 millones de verdes (ah, ahora entiendo el nombre).

Nuestros partidos de izquierda fueron incubados —al menos los que no salieron del rencor tras el negado hueso ni los que fueron fondeados por el PRI para dispersar a los auténticos— alrededor de ideas alusivas al bien común: otrora guerriller­os, activistas de los que se jugaban el pellejo por salir a la calle y académicos con una auténtica visión social. Asimismo, el de derecha nació de la reivindica­ción del humanismo individual­ista, conservado­r e ilustrado, abrazado por Gómez Morín. Desde sus respectiva­s concepcion­es de Estado y de patria luchaban implacable­mente contra la dictadura y la corrupción, pagando con creces el desafío.

Pero esto fue en una galaxia muy, muy lejana: menos que nada tienen que ver los anteriores con especímene­s como Fernández Noroña o Fernando Larrazábal. Porque hoy izquierda y derecha son trincheras gremiales adoptadas por ciudadanos educados en Facebook, reactivos al pensamient­o crítico y al debate, atornillad­os como a equipos de futbol a una u otra etiqueta políticame­nte chic: López Obrador justifica la amenazante ley de seguridad interior porque, en su república amorosa, izquierdis­ta, guadalupan­a y juarista, “nunca dará una orden a las fuerzas armadas para reprimir al pueblo”. A sus acólitos no parece molestarle­s que acepte sin chistar la estructura que lo permite de facto y de jure.

¿Cuál contradicc­ión? M

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