Milenio

LOS FALSOS REGALOS

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DMagali Velasco Vargas

e lunes a sábado, durante el trayecto al Bancomer, Carmina ve a la indigente. Hoy, además de saber que no ganó la vacante de directora, se da cuenta de que desde hace dos años ve a esa mujer de edad incalculab­le, golpear puertas de los autos para que reparen en su mano extendida. En una ocasión, la indigente hizo lo mismo con Carmina mientras revisaba su WhatsApp. Del susto tiró el celular y furiosa le gritó a través de la ventanilla cerrada: “¡No tengo, carajo!” Por unos segundos, Carmina vio con claridad el rostro enjuto y simiesco de la mujer.

No han pasado 24 horas desde que publicaron los resultados de las vacantes en Bancomer, coincidió con el brindis de Navidad que harán hoy en el banco. Al final Ruth González será promovida y ella no. Carmina no encuentra la fuerza para estacionar­se, andar con sus tacones y el uniforme del banco, saludar a todos con un beso en la mejilla y encender su computador­a.

El Crossfox rojo está a cuatro coches del semáforo, el termómetro del auto marca 6° C, para Xalapa, una temperatur­a baja. Carmina ve a la mujer con pantalones de mezclilla enormes, amarrados con un mecate, lleva la misma sudadera que un día fue rosa pálido, hoy tiene los pelos amarillos y a su mente viene la imagen de un troll, ¿quién la habrá pintado así?, se pregunta.

Ese cruce está a una cuadra del estacionam­iento del banco. Antes de descender ve en la parte de atrás la bufanda envuelta para regalo que compró especialme­nte para Ruth, por navidad y por el puesto. Duda en bajarla, creía que lo tenía controlado. Resultó que desde que abrió el correo con los resultados han pasado dos noches que no duerme y que siente miseria y odio en la boca del estómago. Es Navidad, se repite, aun así, decide no bajar el regalo.

En la entrada del banco le pregunta al guardia más antiguo de la sucursal, si conoce a la indigente y si sabe desde cuándo vive en la calle. “No siempre ha vivido en la calle, esa señora tenía una casita de lámina y vivía con otra viejita junto a donde construyer­on el Oxxo. Afuera de la choza siempre había muchos gatos y cuando vino el presidente a inaugurar el Hípico, les quemaron la casa porque se veía bien gacha, jodida y apestosa por los gatos. No tardaron ni media hora en quemar la casa —continuó el guardia— al otro día, pasabas por ahí y veías humear los restos como basura quemada. Pero lo que a mí me pudo, fue ver a los gatos trepados en los escombros, eran más de diez y parecían zopilotes merodeando entre las cenizas”.

Carmina da un profundo respiro y entra en el banco, directo a su escritorio. Enciende su computador­a, nota que se le desprendió el esmalte polish de la uña del dedo índice derecho. No hay nada qué hacer con la uña, mitad roja mitad opaca. No hay nada que pueda hacer para evitar ver a Ruth con rencor. Se reprocha haberla creído

Lamiga, haber ido con ella a tomar algo después del trabajo y haberle confesado estar enamorada de un hombre casado. El clásico, dijo Ruth.

En el transcurso del día, Carmina no dejó de pensar en la historia de la indigente. En el momento en el que se la contó el guardia, la perspectiv­a que tenía de la horrible mujer del crucero, cambió. Los últimos clientes abandonan el banco a las 16:30 horas, Carmina al fin puede mirar hacia la calle, la neblina envuelve las casas y difumina las siluetas de los autos. Ramiro Fuentes es el alma de la fiesta, pide a todos reunirse alrededor del árbol artificial de casi dos metros de alto adornado con esferas azules y plateadas. Se reparten copas de plástico llenas de sidra para el brindis. Carmina repara en los falsos regalos con moños azules que completan la escenograf­ía bajo el árbol iluminado. Después de las palabras de la directora que está por jubilarse, da la bienvenida y felicitaci­ón a la licenciada Ruth González, excelente ser humano y de impecable currículum, que a partir de enero de 2018 será la nueva directora.

Carmina levanta su copa, brinda, después aplaude como los demás y piensa en el regalo que se quedó en el auto. Desea irse lo más pronto posible, está por cumplir doce horas en ese lugar. Se abriga y toma su bolsa, impaciente de que le abran la puerta principal. Escapa a paso veloz. Al bajar el último escalón del estacionam­iento, el tacón se atora en una grieta y Carmina se desploma. El frío, el cansancio de ese día, le impiden ponerse en pie. Es como si sobre su espalda hubiera caído también una loza. De pronto, una mano la sujeta por el brazo, el cuerpo de Carmina vuelve a activarse y se endereza. Se percata de que quien la ayuda es la indigente. Instintiva­mente se hace a un lado, alejándose. La mujer le pregunta “¿Te lastimaste, muchacha?” Carmina percibe el fuerte olor de alcohol rancio, ve que la mujer sostiene debajo del brazo un cuaderno. No hay nadie más en el estacionam­iento. La mujer se aleja con pasos muy cortos, con la mirada fija en el lápiz y el cuaderno pequeño. Carmina le pregunta qué escribe. La mujer se detiene, se gira despacio y con voz débil, entrecorta­da, contesta: “De los Gerombolos, la primera civilizaci­ón, el primer pueblo”. Carmina quiere saber más de eso que no entiende, pero la mujer la ignora, no logra retener su atención. Te voy a dar un regalo, le dice. Sus manos están tan frías que no logra aprehender las llaves del auto, cuando saca la bufanda, la mujer se pierde entre la neblina y las luces navideñas de las casas. Le hubiera gustado preguntarl­e sobre el tinte de su cabello pero sabe que en dos días volverá a topársela, entonces le dará la bufanda también.

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