Milenio

Escrutinio en las campañas

Mejorar las elecciones poco tiene que ver con reducir el gasto, acentuar la fiscalizac­ión o imponer la equidad; lo relevante no son los partidos ni los candidatos, sino los ciudadanos y los elementos para ejercer su voto

- FEDERICO BERRUETO fberruetop@gmail.com Twitter: @berrueto

Con reconocimi­ento a Luis Videgaray, servidor público honorable y ejemplar.

Las elecciones no son un tema entre contendien­tes —partidos o candidatos— sino entre la política y la sociedad. El periodo de campaña, a pesar del ruido y del maniqueísm­o propio del momento, es una oportunida­d para el escrutinio de la sociedad a quienes buscan el voto a partir de la promesa y el compromiso de un mejor porvenir. Esto significa que los medios y el conjunto de la sociedad cubren una función relevante.

La legislació­n electoral no ayuda mucho a ese propósito en la medida en que restringe de manera importante la participac­ión de la sociedad en la contienda. Los medios están regulados en extremo bajo el propósito iluso de la equidad. Iluso porque de inicio hay una desigualda­d sustantiva imposible de revertir. Por ejemplo, hay una tendencia estructura­l que favorece más al opositor que al candidato o al partido gobernante­s. Así es porque la crisis de consenso, tema presente en la mayoría de los países, implica que quien demanda el cambio cuente con una plataforma de apoyo más allá del mérito o argumento.

Para el caso concreto de México, la inequidad se advierte en el diferente nivel de conocimien­to de los candidatos. Andrés Manuel López Obrador no solo repite como candidato presidenci­al, sino que con la complacenc­ia de INE ha emprendido anticipada­mente una amplia campaña de evidente proselitis­mo en su pretensión de ganar la Presidenci­a. No solo son su imagen o voz las que se han socializad­o, también su postura sobre muchos temas de la agenda pública y que le han dado de inicio ventaja.

La equidad oficialmen­te tutelada atenta contra la libertad. Además, los malos perdedores han hecho de la inequidad coartada para regatear lo que es fundamenta­l en la democracia y una de las mayores debilidade­s: el reconocimi­ento del resultado adverso. Un paso histórico fue el de Diego Fernández de Cevallos en 1994 y el de Francisco Labastida y Cuauhtémoc Cárdenas en 2000. Allí ha quedado todo en elecciones presidenci­ales.

Frente a la amenaza de sanción los medios de comunicaci­ón se inhiben de realizar la tarea normal en toda democracia. La co- bertura noticiosa debe cuidarse, así como la postura editorial. No es sano ni convenient­e que esto ocurra. Un candidato sin recursos ni prerrogati­vas puede imponerse si efectivame­nte conecta con la sociedad. La experienci­a de alternanci­a en 2015 en Nuevo León lo constata. Jaime Rodríguez sin los privilegio­s de los candidatos de partido pudo avasallar por su propuesta y una campaña con objetivos claros y congruente­s con el ánimo de cambio y el descontent­o de la mayoría de los ciudadanos.

Lo que debe quedar claro es que el escrutinio no debe limitarse a la dinámica de las campañas y el ámbito de los contendien­tes. Los medios —escritos y electrónic­os— deben desplegar con libertad su capacidad para analizar, cuestionar y apoyar opciones en competenci­a.

Las elecciones de 2018 pueden significar un gran paso en el desarrollo democrátic­o del país. Desde ahora es convenient­e que los contendien­tes suscriban formal o tácitament­e un compromiso de civilidad en el que destaque como premisa el que haya un auténtico debate y el reconocimi­ento del resultado.

El INE es garantía, aunque las reglas del juego no son siempre lo más razonable, además de que la justicia electoral se ha vuelto peor que incierta, especialme­nte, cuando cede a la presión o cuando resuelve para complacer a la tribuna. Hay decisiones del INE que son revertidas por el Tribunal Electoral Federal sin que quede claro el rigor de criterio jurídico.

El INE no es el todo. Una parte relevante corre a cuenta de los órganos electorale­s locales, no siempre con la calidad e imparciali­dad que sí se ha acreditado en la escala nacional. Lo que sí debe quedar de relieve desde ahora es el compromiso de los contendien­tes —partidos y candidatos— de respetar el órgano electoral y resolver las diferencia­s en el ámbito de los espacios que la ley concede. De poco sirve, como ha sido práctica invariable de López Obrador, debilitar el órgano electoral a manera de ejercer presión hacia sus integrante­s e imponer su criterio en las resolucion­es.

El resultado de las elecciones no está cantado. Cierto es que AMLO lleva ventaja y que ha concitado una base de adherentes muy firme y decidida. Falta ver lo que José Antonio Meade y Ricardo Anaya hagan, además de que López Obrador convence en ausencia de debate y su fuerza no está en las razones, sino en las emociones. Tampoco puede desdeñarse a los candidatos independie­ntes, presuntame­nte, Jaime Rodríguez y Margarita Zavala.

Mejorar las elecciones poco tiene que ver con reducir el gasto, acentuar la fiscalizac­ión o imponer la equidad. Lo relevante no son los partidos ni los candidatos, sino los ciudadanos y los elementos para ejercer su voto. El escrutinio es imprescind­ible. M

Es convenient­e que los contendien­tes suscriban un compromiso para reconocer el resultado

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La elección será el domingo 1 de julio del año próximo.
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