Escrutinio en las campañas
Mejorar las elecciones poco tiene que ver con reducir el gasto, acentuar la fiscalización o imponer la equidad; lo relevante no son los partidos ni los candidatos, sino los ciudadanos y los elementos para ejercer su voto
Con reconocimiento a Luis Videgaray, servidor público honorable y ejemplar.
Las elecciones no son un tema entre contendientes —partidos o candidatos— sino entre la política y la sociedad. El periodo de campaña, a pesar del ruido y del maniqueísmo propio del momento, es una oportunidad para el escrutinio de la sociedad a quienes buscan el voto a partir de la promesa y el compromiso de un mejor porvenir. Esto significa que los medios y el conjunto de la sociedad cubren una función relevante.
La legislación electoral no ayuda mucho a ese propósito en la medida en que restringe de manera importante la participación de la sociedad en la contienda. Los medios están regulados en extremo bajo el propósito iluso de la equidad. Iluso porque de inicio hay una desigualdad sustantiva imposible de revertir. Por ejemplo, hay una tendencia estructural que favorece más al opositor que al candidato o al partido gobernantes. Así es porque la crisis de consenso, tema presente en la mayoría de los países, implica que quien demanda el cambio cuente con una plataforma de apoyo más allá del mérito o argumento.
Para el caso concreto de México, la inequidad se advierte en el diferente nivel de conocimiento de los candidatos. Andrés Manuel López Obrador no solo repite como candidato presidencial, sino que con la complacencia de INE ha emprendido anticipadamente una amplia campaña de evidente proselitismo en su pretensión de ganar la Presidencia. No solo son su imagen o voz las que se han socializado, también su postura sobre muchos temas de la agenda pública y que le han dado de inicio ventaja.
La equidad oficialmente tutelada atenta contra la libertad. Además, los malos perdedores han hecho de la inequidad coartada para regatear lo que es fundamental en la democracia y una de las mayores debilidades: el reconocimiento del resultado adverso. Un paso histórico fue el de Diego Fernández de Cevallos en 1994 y el de Francisco Labastida y Cuauhtémoc Cárdenas en 2000. Allí ha quedado todo en elecciones presidenciales.
Frente a la amenaza de sanción los medios de comunicación se inhiben de realizar la tarea normal en toda democracia. La co- bertura noticiosa debe cuidarse, así como la postura editorial. No es sano ni conveniente que esto ocurra. Un candidato sin recursos ni prerrogativas puede imponerse si efectivamente conecta con la sociedad. La experiencia de alternancia en 2015 en Nuevo León lo constata. Jaime Rodríguez sin los privilegios de los candidatos de partido pudo avasallar por su propuesta y una campaña con objetivos claros y congruentes con el ánimo de cambio y el descontento de la mayoría de los ciudadanos.
Lo que debe quedar claro es que el escrutinio no debe limitarse a la dinámica de las campañas y el ámbito de los contendientes. Los medios —escritos y electrónicos— deben desplegar con libertad su capacidad para analizar, cuestionar y apoyar opciones en competencia.
Las elecciones de 2018 pueden significar un gran paso en el desarrollo democrático del país. Desde ahora es conveniente que los contendientes suscriban formal o tácitamente un compromiso de civilidad en el que destaque como premisa el que haya un auténtico debate y el reconocimiento del resultado.
El INE es garantía, aunque las reglas del juego no son siempre lo más razonable, además de que la justicia electoral se ha vuelto peor que incierta, especialmente, cuando cede a la presión o cuando resuelve para complacer a la tribuna. Hay decisiones del INE que son revertidas por el Tribunal Electoral Federal sin que quede claro el rigor de criterio jurídico.
El INE no es el todo. Una parte relevante corre a cuenta de los órganos electorales locales, no siempre con la calidad e imparcialidad que sí se ha acreditado en la escala nacional. Lo que sí debe quedar de relieve desde ahora es el compromiso de los contendientes —partidos y candidatos— de respetar el órgano electoral y resolver las diferencias en el ámbito de los espacios que la ley concede. De poco sirve, como ha sido práctica invariable de López Obrador, debilitar el órgano electoral a manera de ejercer presión hacia sus integrantes e imponer su criterio en las resoluciones.
El resultado de las elecciones no está cantado. Cierto es que AMLO lleva ventaja y que ha concitado una base de adherentes muy firme y decidida. Falta ver lo que José Antonio Meade y Ricardo Anaya hagan, además de que López Obrador convence en ausencia de debate y su fuerza no está en las razones, sino en las emociones. Tampoco puede desdeñarse a los candidatos independientes, presuntamente, Jaime Rodríguez y Margarita Zavala.
Mejorar las elecciones poco tiene que ver con reducir el gasto, acentuar la fiscalización o imponer la equidad. Lo relevante no son los partidos ni los candidatos, sino los ciudadanos y los elementos para ejercer su voto. El escrutinio es imprescindible. M
Es conveniente que los contendientes suscriban un compromiso para reconocer el resultado