Milenio

“NINGÚN ARTISTA SE UFANA DE DECIR LA VERDAD”: LINIERS

Dejando a un lado la inocencia de sus historieta­s Macanudo, Liniers se da tiempo de revelar otras facetas humorístic­as que lo han llevado a colaborar con el escritor Mario Bellatin en su libro Bola Negra y la portada de la revista The New Yorker

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Al menos aquí en México muchos creen que tu trabajo es muy inocente o solo para niños. ¿Qué opinas de que la gente lo crea cuando no es así? Lo que me gusta es que tiene diferentes niveles de lectura. Hay niños que se enganchan con Macanudo, pero yo leí Mafalda de chico y me encantaba, y no entendía chistes como que su tortuga se llamara “Burocracia”. Nunca dibujé Macanudo pensando en un lector infantil. Yo sí tengo libros pensando en niños y los escribo de otra manera, Macanudo no. ¿Cómo te va con el albur mexicano? Me gusta cómo hablan los mexicanos. Todo suena lindo y gracioso. Yo crecí con El Chavo del Ocho, como toda América Latina. ¡Si es que hay algún tipo de complejo es lo que ustedes mandaron para allá! (se ríe) ¡Háganse cargo! El efecto de adulto vestido de niño nunca más funcionó, esa fue la última vez, y este grupo de actores lo logró. Había otro que tenía una voz así (hace efecto de voz chillona). ¿Kiko? ¿Ñoño?... ¡ah, Chabelo! Pero él no era parte de ese programa. ¡Sí, Chabelo! Él siempre me dio miedo, es muy raro (ríe de nuevo). Me encanta cómo hablan los mexicanos, pero a veces no entiendo nada. Me dio risa el lado de Un día Kevin Johansen dijo, comparándo­me con Alberto Montt: “Lo que pasa con las historieta­s de Alberto y Liniers es que la gente cree que Alberto es malo y Liniers es bueno”. Y es al revés. ¿Es cierto eso? Depende (ríe). Me gusta ir al lado oscuro mío, me divierte mucho el humor negro, me divierte la oscuridad, la sorpresa. Odunacam es una manera de hacerlo, Bola Negra es otro. Macanudo fue un esfuerzo personal por ser optimista en 2002, cuando comencé. Empezamos las historias positivas desde la tragedia, pero yo no soy todo el tiempo Macanudo; esa es la gran trampa de los artistas que conoces y te gustan, que están revelando solo la mejor versión de su persona. John Lennon con “Imagine”, por ejemplo, pero no fue solo eso. El artista generalmen­te es selectivo en qué elige mostrarle al que va a mirar el arte. Todo el mundo es malo y entonces por eso siempre aparecen las sorpresas, como Woody Allen, que creyeron que era perfecto hasta que salió con su hijastra. Meg Ryan, que se operó la cara, cosa que sus personajes nunca hubiesen hecho, o Mafalda, que no es una chiquita, es un señor de 40 y pico de años, una mentira, pero están mostrando la mejor versión de sí mismos. Todos somos otros, todos somos un montón de cosas. Por eso me parece injusto que solo se conozca mi lado tan lindo, entonces hago Odunacam. Ningún artista se ufana en decir: “Yo estoy diciendo toda la verdad”. Respecto al libro de y el canibalism­o que aborda, ¿a quién te comerías tú o por quién te dejarías comer? (Se ríe) Eso tiene muchos niveles lecturas… Lo sé, ésta no es una entrevista tan literal… Lo que yo me comí toda la vida fue el arte de otras personas, todos los cuentos que pude de Stephen King, Kurt Voonegut, Quino. Canciones de Charly García, Soda Stereo, Tom Waits, eso es lo que consumo de otro ser humano como un monstruo y todo queda en el laboratori­o cerebral mío. Idealmente no me gustaría que me comieran, prefiero que se coman mis dibujos. Eso es raro en Jesús, que tenía esa necesidad de que lo comieran. Hay temas raros en la Biblia, como el canibalism­o y la relación de la Iglesia con el sexo, que es tan atascada; son los reyes en decir que las cosas son antinatura­les y no hay nada más antinatura­l que no coger. ¿Eres católico? Soy todo: hice primera comunión, confirmaci­ón, estudié en escuelas católicas, leí toda la Biblia. No es posible que chiquitos se tengan que confesar con un señor “que no la pone”, es una malísima ecuación, ¡pero no puede ser que un chico hable con alguien que no sea de su familia sobre si se pajea o no! Yo recuerdo que cuando tenía 12 años iba aterroriza­do a confesarme y me sentía Cuasimodo, alguien que iba ir al infierno, me habían metido estas culpas y tenía que confesar algo que era inconfesab­le, lo peor, lo más humillante y personal. Así me lo hicieron creer. Una vez un hijo de puta de estos curas me agarró las manos y me dijo: “Ahora tus manos están santificad­as” y salí de ahí diciendo: “¡Nooo!” Odunacam me sacó los últimos resabios de la santificac­ión que tenía. m

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