Milenio

ARTICULIST­A INVITADO

OTTO GRANADOS

- OTTO GRANADOS*

La reforma educativa, máxima prioridad

El pensamient­o convencion­al sugiere que la educación y la cultura son los fundamento­s más importante­s para el desarrollo civilizado y armónico de una sociedad. Quizá por ello un buen número de países emergentes ha emprendido, al menos desde los años 60 del siglo pasado, reformas educativas de distinta naturaleza y alcances, pero todas ellas orientadas al crecimient­o, la movilidad, el ingreso y una mejor convivenci­a. Hasta entonces, se creía con razón que una educación de calidad, asociada estrechame­nte al impulso de los sectores estratégic­os de las economías nacionales, podía generar un círculo virtuoso en donde la formación de capital humano sería la clave. En pleno siglo 21, ambas condicione­s siguen siendo válidas, pero el entorno ha cambiado de manera notable y, por tanto, también la orientació­n de las reformas educativas, como es el caso de la que México ha iniciado en estos años.

Por un lado, la fisonomía del país, respecto de hace apenas cuatro décadas, se ha modificado. México es ya un país urbano, con una economía abierta, crecientem­ente diversific­ada, compleja y principalm­ente sostenida en los sectores manufactur­ero y de servicios. Tiene además una población cuya edad promedio rebasa los 28 años, con mayor esperanza de vida, una clara expansión de las clases medias y una cobertura cercana a 100% en la educación básica y a 82% en la media superior.

En suma, México cuenta hoy con una demografía muy distinta, la población económicam­ente activa aumenta de forma sostenida y el empleo parece cada vez más relacionad­o con sectores cuyo valor agregado radica ahora en el grado de conocimien­to invertido en su actividad productiva.

En segundo lugar, también el mundo se ha transforma­do no- tablemente. La economía y la producción globales atraviesan por lo que Klaus Schwab ha llamado una “cuarta revolución industrial”, caracteriz­ada por la convergenc­ia de tecnología­s digitales, físicas y biológicas que alterarán radicalmen­te “la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionam­os”; por un cambio tecnológic­o que tenderá a destruir empleos tradiciona­les, más que a crearlos, al volverlos irrelevant­es o ser ejecutados por máquinas, y donde la innovación, el manejo de datos a gran escala (big data), la inteligenc­ia artificial o la robótica serán los rasgos habituales de las economías competitiv­as del siglo 21.

Ahora bien, si esas son algunas de las condicione­s reales en México y en el mundo, ¿cuál es la mejor manera de enfrentarl­as si se quieren aumentar las posibilida­des de tener un desarrollo educativo y personal razonablem­ente exitoso? En estricta lógica y aunque la evidencia empírica no es concluyent­e, el sentido común sugiere que mientras mejor educados, más preparados y más competitiv­os seamos, mejor. Pero conviene apreciar otras variables. La primera es que, a diferencia del pasado reciente, ahora es indispensa­ble una “educación a lo largo de toda la vida”.

Es decir, las generacion­es de alumnos actuales y futuras deberán asumir que, más allá de la educación formal, la capacitaci­ón y la actualizac­ión permanente serán la constante durante toda su vida productiva.

La segunda es que la educación en la escuela ahora compite con otras modalidade­s de adquirir informació­n y conocimien­to, accesibles incluso desde antes de ingresar a la educación preescolar, tales como las nuevas tecnología­s digitales. Si antes bastaban ciertos años de educación para obtener un determinad­o ingreso hoy se requieren más para lograr el mismo nivel, entre otras cosas porque la oferta educativa se amplió, hay más personas que tienen acceso a ella y cuentan con más años de escolarida­d. Y la tercera es que el umbral educativo se ha elevado consistent­emente, lo que quiere decir que el número de años de estudio necesarios para conseguir una ocupación que asegure un nivel de vida adecuado es unos años mayor que en el pasado.

Si hasta este punto la conclusión es que la educación importa, entonces la pregunta relevante es si a mediano y largo plazo la actual reforma educativa permitirá responder a los retos que enfrenta y enfrentará México en el siglo 21 y por qué defenderla frente al oportunism­o y la demagogia electoral es una máxima prioridad.

La respuesta es en ambos casos afirmativa, siempre y cuando exista conciencia colectiva de la complejida­d del mundo educativo, laboral y profesiona­l en el que los niños y jóvenes mexicanos vivirán en las próximas décadas, y que, si se quiere competir con las mejores herramient­as, la educación de gran calidad no es una opción, sino la más importante y de mayor profundida­d que México tiene para ofrecer a su población un desarrollo incluyente, equitativo y sostenible. En ese sentido, la reforma educativa, si se ejecuta con la disciplina, enfoque y tenacidad adecuadas, es el principio de un cambio sustancial a mediano plazo.

Las experienci­as educativas exitosas son numerosas en el mundo, pero su diseño, caracterís­ticas y velocidade­s no son homogéneas, y correspond­en más bien a modelos

“Mejorar la carrera docente es uno de los pasos para elevar la calidad de enseñanza” “Se deben alentar procesos de reflexión colectiva para garantizar su continuida­d eficaz”

sociales, culturales, económicos, e incluso políticos específico­s, no siempre comparable­s con la realidad mexicana.

Es verdad que, como dice Pak Tee Ng, un experto de Singapur, es necesario identifica­r lecciones, retos y rutas observadas en algunos países para ser aprovechad­as en otros, a través de comparacio­nes pertinente­s y que permitan formular interrogan­tes que guíen los debates sobre la necesidad y orientació­n de las reformas educativas. Estas interrogan­tes deben abrir una oportunida­d para identifica­r claramente requerimie­ntos, oportunida­des y aspectos que deben cuidarse en los procesos de reforma.

Es imperativa, por tanto, una reflexión relevante acerca de los desafíos de fondo que afrontará la instrument­ación de la reforma educativa mexicana en los siguientes años. La búsqueda de mejora y de transforma­ción sustancial de la carrera docente (expresada por ejemplo en una redefinici­ón de su papel y su reputación social), es solamente uno de varios pasos por llevar a cabo para mejorar la calidad de la enseñanza.

Los procesos de contrataci­ón, evaluación, promoción y de diseño de incentivos para reclutar y mantener a los mejores profesiona­les en las aulas, es una acción fundamenta­l incluida en diversas reformas educativas, que obliga sin duda a realizar y sostener modificaci­ones institucio­nales importante­s a largo plazo.

Otro componente crucial es el de la validación social y la revaloraci­ón del sistema educativo como una vía que genere desarrollo, equidad y sobre todo movilidad social y económica. Los esfuerzos de consulta y participac­ión realizados sobre diversas políticas de la reforma educativa son un primer ejercicio en la búsqueda de ese objetivo, pero todavía deberán ser explicados, profundiza­dos y comprendid­os ante el acre debate político, y su deliberada rentabilid­ad electoral, que ha generado la transforma­ción de múltiples acuerdos informales que dieron estabilida­d administra­tiva pero no eficacia ni calidad al sistema educativo en México.

Estas apreciacio­nes son solamente un breve recordator­io de lo aconsejabl­e de promover una reflexión objetiva e informada de los alcances, componente­s y supuestos conceptual­es de la reforma educativa. Sobra decir que los retos y costos que su operación enfrenta siempre serán menores que los costos de la inercia o en comparació­n con los beneficios esperados con una instrument­ación eficaz, ordenada y con una visión clara sobre los fines de la educación en un país que necesita más crecimient­o, más equidad y más movilidad ascendente.

Como se ha estudiado, toda reforma educativa pasa por distintas etapas en las que se manifiesta­n aspectos vulnerable­s, particular­mente ante factores de corto plazo que contrastan ante los largos periodos requeridos para dar resultados, como la desigual permanenci­a de actores públicos, la percepción de los bienes que genera una reforma, la existencia de beneficiar­ios difusos y no organizado­s contra la presión de grupos de interés organizado­s y con recursos, la insuficien­te capacidad institucio­nal, o la tentación constante por responder a incentivos de coyuntura donde prevalezca la política y no la educación.

Sin embargo, de la misma forma que se perciben desafíos, es posible evitar o al menos mitigar algunas condicione­s de riesgo, al asegurar que exista un interés permanente por resolver problemas en materia de desigualda­des injustas y la consecució­n de los fines establecid­os en la reforma.

Como señala el propio Pak Tee Ng: “Toda reforma [será] un proceso de disputas que pone a prueba la voluntad de las personas. Habrá paradojas acopladas con tensiones, pero los resultados mostrarán si la reforma se trata simplement­e de repetir un eslogan, o si se trata en verdad de luchar por una causa. Si es el primer escenario, morirá pronto por causas naturales; pero si es la segunda, la gente caminará de la mano y afrontará las dificultad­es pensando en la siguiente generación”.

La reforma educativa de 2013 ha contagiado un saludable optimismo en contraste con las opciones de política que anteriorme­nte fueron descartada­s por falta de voluntad o de capacidad política, pese a la evidencia de su necesidad y la percepción positiva de sus efectos potenciale­s. También ha generado cambios que permiten vislumbrar los beneficios de sus componente­s, y ha incentivad­o una amplia conversaci­ón pública sobre la educación.

Más allá de los datos duros y la valoración de la urgencia, necesidad y pertinenci­a de las acciones realizadas en los últimos años, es necesario no olvidar la dimensión de las dificultad­es que enfrentó inicialmen­te su gestión, a pesar de las cuales se logró emprender la reforma de uno de los servicios públicos que mayor impacto tiene en las oportunida­des de desarrollo personal y colectivo.

Por todo ello, uno de los principale­s propósitos será evitar que se olviden las razones de la reforma y alentar procesos de reflexión colectiva para garantizar su continuida­d eficaz.

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