El show más grande del mundo
Empezamos el año sabiendo pocas cosas, pero una de ellas es que Hugh Jackman sí puede hacerlo todo. Quienes hemos tenido el privilegio del verlo sobre el escenario en Broadway, sabemos que es un hombre que con solo pararse sobre las tablas más exigentes del mundo provoca una ovación de pie tras otra. No es solo porque es una estrella de cine. Es porque nadie se planta sobre un escenario con tanta seguridad y gozo como el australiano.
También sabemos que puede conducir ceremonias de premios mejor que nadie y que nos puede hacer llorar con su personaje salido de los cómics hasta los que nos hemos declarado hartos de las películas de superhéroes. Entrevistarlo es, ante todo, un gozo como pocos, a tal grado que, aunque es alguien que la industria y los publicistas cuidan mucho, nadie suele estar nervioso cuando él está alrededor. De casi ninguna estrella de Hollywood se puede decir eso.
Pero si hay algo que amo de Hugh Jackman es su eterna capacidad de sorprendernos. Como fan desde el principio de Los Miserables, me pareció un magnífico Jean Valjean en la película, pero sigo sufriendo males estomacales y emocionales cada vez que recuerdo cómo le cantaba de regreso, con esa terrible voz, Russel Crowe, como Javert. Qué manera de arruinar una gran adaptación y el trabajo de los demás.
Les digo todo esto, porque por fin pueden ver a Jackman haciendo lo que mejor hace en el cine. Y aunque la mayoría de ustedes prefirió ver Jumanji en su primer fin de semana en México, tienen suerte, porque por ahí sigue The Greatest Showman, que cuenta la historia de P.T. Barnum, el creador del circo tal y como lo conocemos.
Sería irónico hacerle una oda al circo justo ahora, que está desapareciendo en el mundo entero, poco a poco. En nuestro país, sin la menor duda, pero esta película musical original no se trata realmente de eso. Es una fantasía que nos lleva de una historia del más profundo amor infantil a las más grandes añoranzas de encontrar la realidad en lo más extremo del ser humano. Y más allá que eso, es una fiesta hermosa al espectáculo más puro de todos. A la capacidad, ya tan escasa, de ser maravillado. Y la confusión entre perseguir esos grandes espejismos que nos dicen tanto de quiénes somos, con el ir detrás de lo “verdadero”, sea lo que sea eso.
Ante todo agradezco profundamente que se estén haciendo películas musicales originales de nuevo. De esas que te sacan una enorme sonrisa en el primer acto y que solo los momentos tristes de la historia son capaces de borrarla de tu cara. Por años (después del éxito de Mama Mía!) me quejé amargamente de que Broadway solo estaba haciendo versiones musicales de las cintas más populares del mundo y que solo los musicales más exitosos en los escenarios llegaban a la pantalla grande.
Este emocionante show podría perfectamente haberse hecho para el escenario, pero no.
El sueño del director Michael Gracey era llevar su ópera prima a la mayoría de personas posible, y eso aún se logra en el cine.
Tardó ocho años, pero cuando añadió a Ben Pasej y Justin Paul para hacer la música, todo tuvo sentido en la ecuación. Créanme al leer esto, Pasej y Paul van en caminio a ser los nuevos nombres más importantes de los musicales, acercándose a Sondheim, Andrew Lloyd Webber y ahora también Lin-Manuel Miranda. Nunca fui fan de La la land, la cual compusieron, pero por la historia. Sin embargo, cuando vi su musical, ganador de los más recientes Tony, Dear Evan Hansen, casi me vuelan la cabeza con mis propias emociones. Son demasiado jóvenes para tener un estilo tan propio y tan emocionante, pero lo tienen. Y ahí está, no en la séptima avenida de Nueva York, sino en su cine más cercano, para gozarlo. Ya sé, muchos de ustedes no soportan los musicales. ¿Pero no me digan que no adoran a Hugh Jackman? Intenten entrarle por ahí, relájense y déjense conquistar.
Viene un año muy rudo. Me hace muy feliz empezarlo escribiendo sobre lo que llaman el más grande espectáculo del mundo. A la buena.