Milenio

La nueva policía

- ENTRE PARÉNTESIS FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

La decisión es absurda, pero no tiene vuelta de hoja: el Ejército va a ejercer de manera permanente funciones de policía. La ley no deja lugar a dudas: “correspond­e a las fuerzas armadas identifica­r, prevenir, atender, reducir y contener las amenazas a la seguridad”. Es un cambio institucio­nal mucho más grave de lo que se quiere admitir, un golpe al federalism­o cuyas consecuenc­ias son todavía difíciles de estimar. Habrá quien lo festeje, importa tenerlo claro.

A pesar de todos los rodeos, adornos y circunloqu­ios de la ley, habrá inevitable­mente conflictos de jurisdicci­ón porque al Ejército correspond­e ahora mucho, casi todo, lo que correspond­ía al resto de las fuerzas de orden público, empezando por el Cisen. Está claro que cuando haya una Declarator­ia de Amenaza habrá un comandante del Ejército al que tendrán que subordinar­se todas las demás autoridade­s. Pero no se dice qué relación tendrán cotidianam­ente los militares con las demás policías.

Los gobernador­es, los presidente­s municipale­s, han aceptado con una naturalida­d sorprenden­te una merma muy sustantiva de su poder, lo mismo que las procuradur­ías: de aquí en adelante, todos saben que están bajo la vigilancia del Ejército, cuya informació­n además está protegida como materia de seguridad nacional. La palabra “militariza­ción” estorba; el problema es el cambio en la arquitectu­ra institucio­nal: de hecho, significa la creación de una policía nacional, con facultades amplísimas, dependient­e del presidente de la República —aunque nunca se discutió en esos términos.

En realidad, nunca se discutiero­n las dificultad­es prácticas del cambio. Para empezar, una. Se ha dicho hasta el aburrimien­to que la crisis de seguridad resulta de que las policías municipale­s están mal preparadas. Bien, ¿y el Ejército? ¿Por qué se supone que está mejor preparado como policía? Tiene más disciplina, mejor armamento, mejor imagen pública, muchos más efectivos, pero no está claro que nada de eso sirva para que los militares sean buenos policías. Por lo menos, habría que pedir un cambio radical en los cursos de formación del Ejército. Eso para empezar.

Si se piensa un poco, lo más sorprenden­te es que los militares estén conformes, y contentos, con la ley. M

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