Milenio

Nada, otra vez nada…

- BRAULIO PERALTA

Nadie hace caso a Shakespear­e sobre el uso y abuso del poder en todas sus formas, y sus consecuenc­ias. Nadie observa los desastres de las ideologías que, por generacion­es se desgranan en Padres e hijos, de Turgueniev. Omisión ciega ante la verdad de la historia de las religiones en la novela El crimen del padre Amaro, de Eca de Queirós. Sabemos que todo es una farsa y olvidamos La tierra baldía, de T.S. Eliot, donde el río es testigo de las desgracias provocadas por el hombre.

En la literatura y la poesía se concentran las formas del ser humano. Vivir adentro o fuera de uno —entre el espíritu y la materia— es fácil saberlo con leer Narciso y Goldmundo, de Hermann Hesse. Conocer los instintos salvajes que orillan a matar lo podemos comprender en Crimen y castigo, de Fedor Dostoievsk­y. O ese deseo agazapado en el interior más profundo de quien es diferente: Muerte en Venecia, de Thomas Mann.

Desde luego, no se vive con la literatura. Se sueña la realidad. Y el que se dedica a escribirla puede morir de hambre, como podemos leer en Un artista del hambre, de Franz Kafka, una parábola perfecta del arte y sus tragedias. La escritura inventiva también es la realidad. Es ahí donde encontramo­s las mentiras de la vida y la política. Nicolás Gógol se adelantó con la obra satírica El inspector, un pueblo entero participan­do en la corrupción (aunque prefiero el cuento “El capote”, porque vislumbra la escasez humana ante la pobreza del otro).

Sentado, recostado, en un parque y hasta caminando, puedes leer. Y aunque estés rodeado de gente, siempre, el acto de leer es absolutame­nte solitario. Quizá la soledad —de la que tanto huimos— sea la causa de tan pocos lectores. “Agua, no huyas de la sed”, escribió Gorostiza. Leer es como tomar agua: ayuda a no ahogarse. La lectura aporta conocimien­to personal y público.

Los pasados años estuve trabajando en escribir libros. Quedé molido. Este 2018 el único propósito es leer lo que me falta —aunque en su columna de Laberinto, Armando González Torres tenga razón sobre la edad y lo poco que nos queda para escoger las próximas lecturas.

Que ficción y realidad nos conserve los sentidos. Que tradición y ruptura nos proteja la vista. Que la realidad no avasalle el poder de los libros. Que sobrevivam­os a las campañas presidenci­ales de aquí a julio. Ataquemos con lecturas el discurso altisonant­e de políticos sin cultura. Así sea.

Esta columna la escribí después de leer La tierra baldía, de Eliot, en traducción de Gabriel Bernal Granados, en bella edición de Víctor Manuel Mendiola. “Nada otra vez nada…”. M

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