Prensa y poder, y al revés
La historia de la prensa mexicana arroja mu- chas más revelaciones de las que desnuda
The New York Times en sus primeras planas. Busqué entre mis viejas notas de la hemeroteca y, como siempre, descubrí que las cosas públicas son mucho más complicadas de lo que parecen incluso para los genios del New York Times. La aventura más arriesgada y cierta, una de las obras más perfectas de la literatura mexicana fue el periodismo de siglo XIX. Como las civilizaciones clásicas, en la ribera de ese río caudaloso floreció la mejor y más perdurable ciudad literaria que haya conocido la cultura nacional.
El porfiriato produjo varios periodismos. Una posible división de esa avalancha de papel sería más o menos así: el primero es el de la esperanza, son los años de construcción que van de 1876 a 1888. En ese tiempo de ilusiones, la prensa no fue muy distinta de la liberal-militante, era libre y las instituciones más batalladoras, El Siglo
XIX y El Monitor Republicano aún no perdían su poder crítico; se funda, además, El Diario del
Hogar, de Filomeno Mata, en 1881 y El Tiempo, de Victoriano Agüeros, en 1883 —uno liberal, el otro católico. El patrocinio directo fue una de las armas más eficaces que usó Porfirio Díaz; subvencionando compitió y arruinó a la vieja prensa. Así, en 1878, un grupo de escritores fundó La Libertad, que fue la casa del positivismo.
La segunda prensa de esos años fue la del entusiasmo; va de la llegada de los “científicos”, en 1888, a la cuarta reelección de Díaz, en 1893. Los diarios fueron entonces menos libres, la figura presidencial era monárquica y su autoritarismo feroz. El comentario crítico desaparece de los periódicos y la oposición vive el trajín de las persecuciones, las demandas y las visitas a la cárcel de Belén. Los diarios que alcanzaron mayor vuelo en esos años fueron El Partido Liberal, que se fundó en 1880, y El Universal (1890). Si la voz política se esfuma de las columnas, la literatura aparece con una fuerza inopinada, las páginas de estos diarios son muchas veces auténticas lecciones de periodismo.
La tercera fue la industrial y, también, la de la desilusión; avanza rumbo al desmoronamiento del régimen a partir de 1896 y va a parar al nuevo siglo, en el turbulento 1907. Se trata de un sueño vencido, del derrumbe de la mentira porfiriana enamorada de sí misma. Por supuesto, el líder, el máximo entrepreneur de los linotipos y las imprentas, es Rafael Reyes Spíndola, quien importa técnicas nuevas de periodismo norteamericano, encumbra al reporter, importa la interview y arrincona a los escritores como si fueran adornos prescindibles, anacrónicos, inútiles.
No sé muy bien por qué cuento esto; no sé, por si hiciera falta.