Milenio

Prensa y poder, y al revés

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com o Twitter: @RPerezGay

La historia de la prensa mexicana arroja mu- chas más revelacion­es de las que desnuda

The New York Times en sus primeras planas. Busqué entre mis viejas notas de la hemeroteca y, como siempre, descubrí que las cosas públicas son mucho más complicada­s de lo que parecen incluso para los genios del New York Times. La aventura más arriesgada y cierta, una de las obras más perfectas de la literatura mexicana fue el periodismo de siglo XIX. Como las civilizaci­ones clásicas, en la ribera de ese río caudaloso floreció la mejor y más perdurable ciudad literaria que haya conocido la cultura nacional.

El porfiriato produjo varios periodismo­s. Una posible división de esa avalancha de papel sería más o menos así: el primero es el de la esperanza, son los años de construcci­ón que van de 1876 a 1888. En ese tiempo de ilusiones, la prensa no fue muy distinta de la liberal-militante, era libre y las institucio­nes más batallador­as, El Siglo

XIX y El Monitor Republican­o aún no perdían su poder crítico; se funda, además, El Diario del

Hogar, de Filomeno Mata, en 1881 y El Tiempo, de Victoriano Agüeros, en 1883 —uno liberal, el otro católico. El patrocinio directo fue una de las armas más eficaces que usó Porfirio Díaz; subvencion­ando compitió y arruinó a la vieja prensa. Así, en 1878, un grupo de escritores fundó La Libertad, que fue la casa del positivism­o.

La segunda prensa de esos años fue la del entusiasmo; va de la llegada de los “científico­s”, en 1888, a la cuarta reelección de Díaz, en 1893. Los diarios fueron entonces menos libres, la figura presidenci­al era monárquica y su autoritari­smo feroz. El comentario crítico desaparece de los periódicos y la oposición vive el trajín de las persecucio­nes, las demandas y las visitas a la cárcel de Belén. Los diarios que alcanzaron mayor vuelo en esos años fueron El Partido Liberal, que se fundó en 1880, y El Universal (1890). Si la voz política se esfuma de las columnas, la literatura aparece con una fuerza inopinada, las páginas de estos diarios son muchas veces auténticas lecciones de periodismo.

La tercera fue la industrial y, también, la de la desilusión; avanza rumbo al desmoronam­iento del régimen a partir de 1896 y va a parar al nuevo siglo, en el turbulento 1907. Se trata de un sueño vencido, del derrumbe de la mentira porfiriana enamorada de sí misma. Por supuesto, el líder, el máximo entreprene­ur de los linotipos y las imprentas, es Rafael Reyes Spíndola, quien importa técnicas nuevas de periodismo norteameri­cano, encumbra al reporter, importa la interview y arrincona a los escritores como si fueran adornos prescindib­les, anacrónico­s, inútiles.

No sé muy bien por qué cuento esto; no sé, por si hiciera falta.

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