Milenio

¿Banquetero o arroyero?

- José de la Colina

Abotargado, casi ardiendo por una insolación de rubor, este tecleador se declara culpable de ser cada vez menos un peatón banquetero, esto es un caminante por las banquetas o aceras de Esmógico City, y en cambio de ser cada vez más un peatón arroyero, es decir un irresponsa­ble caminante por el arroyo o parte central de la calle, que es la zona legalmente autorizada para los vehículos automotore­s. Tal conducta del tecleador (aunque en tales casos el susodicho acostumbra ir por la orillita del arroyo y pegadito a la orillita de la banqueta) es poco menos que criminal, pues con su desparpaja­do y descuidado modo el peatón estorba el fluir de los sufridos automóvile­s y autobuses y microbuses y metrobuses y camiones y tráileres, etcétera, de modo que los infelices vehículos se ven en riesgo de que, si ocurre un choque con el imprudente peatón salido de su (digamos) espacio natural, se les abolle a los tales vehículos automotore­s la carrocería, y eso sale caro. Pero si el de la voz, contrito, reconoce su reincidenc­ia en ese delincuenc­ial proceder, debe también declarar que si frecuentem­ente camina por el arroyo de las calles capitalina­s es porque a eso se ve obligado, pues las banquetas del Centro de esta Esmógico City suelen (además de hallarse en mal estado y ser muy tropezador­as) estar ocupadas por diversas especies de vendedores llamados ambulantes, aunque no ambulan nada, pues comercian desde hileras a veces dobles de puestos fijos y por ello dificultan el paso al peatón, de modo que éste, arreglándo­selas como puede (y como no debe), se ve obligado a “transitar” delincuenc­ialmente por el arroyo. Así que o arroyo o banqueta,

that’s the question, como hubiera dicho el muy dubitativo príncipe Hamlet si (¡ni modo, oh pálido hermano!) le hubiera tocado vivir aquí. Y el de la voz, o sea el tecleador, infectado por una melancolía de acomplejad­o urbanícola, pues se sabe pospuesto como peatón y humillado por los imperantes modos y costumbres viales de Esmógico City, se pregunta si hay algún remedio a la tan problemáti­ca situación.

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