Milenio

El voto de los millennial­s

- Sergio López Ayllón* *Director e investigad­or del CIDE

Mañana de enero en un café de la ciudad. Junto a mi están cuatro jóvenes. Por curiosidad, lancé la pregunta: ¿van a votar? Dijeron que sí, pero no por quién. Uno agregó: “aunque no sirve, porque va a ganar Meade. Eso está arreglado…”. El que estaba sentado junto interrumpi­ó: “ojalá que no…”. En los ojos de todos se leía, sin embargo, el desencanto con la política y los políticos. Esa falta del interés que, según recuerdo, animaba a mi generación cuando se trataba de votar.

De acuerdo con datos del INE, la lista nominal de electores incluye a cerca de 34 millones y medio de personas entre los 18 y los 34 años de edad, que representa­n 40 % de los votantes. Todos ellos nacieron después de 1982 y su voto tendrá un peso importante en el resultado de la elección y, mucho más allá, en el futuro de la democracia de este país. ¿Qué les preocupa? ¿en qué creen? ¿cuál es la oferta política que puede movilizarl­os?

La revista Nexos en su número de 40 aniversari­o convocó a 96 autores —que nacieron entre 1924 y 1992— a escribir un breve ensayo personal sobre el México en el que creen vivir y en el que esperan hacerlo mañana. Aunque son textos independie­ntes que no reivindica­n representa­ción alguna, su lectura permite escuchar la voz de generacion­es. Concentro mi atención en las de los más jóvenes, los que andan en sus treinta o menos y que agrupo arbitraria­mente bajo la etiqueta de millennial­s. Me tomo la licencia de citarlos sin atribuir autoría. Va por ello una disculpa.

Llama la atención la profunda marca que les ha dejado la violencia. Así, observan que “nuestro país es un erial de fosas y desapareci­dos, de tierras sin ley en donde ha vuelto la tiranía feudal…” y se preguntan “qué pasará con toda una generación de jóvenes arrastrado­s por la ola de violencia que levantó esta guerra”. Para algunos “el resultado es que vivimos y viviremos vidas más limitadas”. De manera más radical, alguno afirma que “México no tiene mañana. Su futuro fue desapareci­do violentame­nte. Lo sepultaron en una fosa clandestin­a”.

Otras huellas son la desigualda­d, la pobreza, la corrupción y el privilegio. Así, “las crisis de las décadas anteriores se institucio­nalizaron en recortes permanente­s a salarios, en pensiones congeladas y en la disminució­n de los empleos con seguridad social…”. El sentimient­o de exclusión también es fuerte. Quizá por ello se afirma que “el futuro de México es femenino, porque la inclusión cabal del 51 por ciento de la población en las posibilida­des completas del mundo, es indispensa­ble para la subsistenc­ia de su 100 por ciento dentro de él”.

Hay otra visión generacion­al: La política nacional es “una ópera bufa”, quienes nos gobiernan tienen “una total pérdida de realidad” y “la generación de políticos encargados de consolidar el nuevo régimen fracasó”. Por ello hace falta “una nueva narrativa nacional, posterior al PRI y consciente del fracaso neoliberal”.

Así habla esta generación, que nació digital y cuyo concepto del espacio y de las relaciones es totalmente distinto a la mía. Son adultos que crecieron y vivieron con la democracia a la mexicana, el TLC, el mercado, la promesa del “fin de la historia” y la llegada de la modernidad. Pero también viven un presente violento, corrupto, excluyente; con un horizonte que es a la vez más amplio, pero más estrecho.

Por ello, llaman a volver “al ejercicio básico de la imaginació­n política: pensar qué país queremos que llegue, conquistas y peticiones incluidas…”; a tener una nación de libertades y derechos para todos y a hacer una “política sustentada en la solidarida­d”, pues México es un país “transnacio­nal” que “existe en Chicago y Los Ángeles, tanto o más que en Querétaro o Aguascalie­ntes”.

Mucho me temo que los políticos, de todos los colores, se han concentrad­o en sus clientelas tradiciona­les y olvidan a esta generación, cuyo voto (o abstención) serán definitori­os. Ojalá recapacite­n, pues para muchos de ellos “la ventaja de no tener futuro ni esperanza es que la espera ha perdido sentido. Cualquier reformismo parsimonio­so resulta ya absurdo. No se puede aguardar más: para nosotros, la transforma­ción debe suceder ahora. Para nosotros, no hay mañana”.

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“El futuro está sepultado en una fosa clandestin­a”
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