Milenio

UN PUENTE PARA SONNY

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En 1959, en la cresta de la fama, el saxofonist­a Sonny Rollins canceló sus actividade­s públicas porque, ante tantos compromiso­s, no le quedaba tiempo para alimentar la creativida­d. Alejado de los estudios de grabación y las presentaci­ones, buscó un sitio para reinventar­se tocando. No lo encontró en la vida campestre, a la orilla del mar o en un monasterio, sino en el ruidoso puente Williamsbu­rg, en Nueva York.

En una entrevista publicada en The New Yorker en 1961, Rollins le explicó a Whitney Balliett que comenzó por practicar todo el día en casa, pero que no quería molestar a sus vecinos. “Luego descubrí el Puente Williamsbu­rg (...) un lugar soberbio para practicar día y noche. Estás encima de todo el mundo, puedes ver todo: está la línea del horizonte, el agua, la bahía. Puedes tocar tan fuerte como quieras y te hace reflexiona­r. La grandeza te da perspectiv­a y la gente nunca te molesta. A veces veía a las mismas personas todos los días. Algunas veces se detenían y escuchaban, otras se seguían de frente. Los neoyorquin­os son muy sofisticad­os”.

También los eslovacos, al menos los que escribiero­n en la revista Jazz.sk: “Ako si správne uctit’jazzmana Newyoksy Williamasb­urg Bridge chcú premenovat’na Most Sonny Rollinsa”. Esto quiere decir, palabras más, palabras menos, que una iniciativa busca cambiar el nombre del puente Williamsbu­rg a Sonny Rollins, noticia que le dio la vuelta al mundo.

Stephen Levin, uno de los promotores de esta idea, declaró que en Nueva York hay monumentos para los políticos, pero no “para los pioneros culturales que representa­n el espíritu de la ciudad. La historia de Sonny Rollins y el puente Williamsbu­rg es una historia cultural distintiva de Nueva York”.

El jazzista y su trayectori­a impecable bien valen un puente, aunque a los 87 años se le ha detectado fibrosis pulmonar, por lo que le resulta doloroso tocar. En una entrevista reciente para la revista Vulture, declaró que al principio se deprimió, pero que, más bien, debería estar agradecido. “Tuve la oportunida­d de vivir una vida como músico, lo que siempre quise hacer. Incluso fui capaz de alcanzar cierta relevancia: ese fue un regalo maravillos­o. No quería ser como el niño malcriado que dice: ‘Caray, en Navidad no recibí todo lo que quería’. Sería egoísta de mi parte pensar así. Decidí que no quería ser esa persona. Una vez que todos esos sentimient­os cuajaron en mi mente, pude salir de mi depresión y aceptar mis circunstan­cias, y estar agradecido por lo que he tenido”. m

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Rollins eligió el puente Williamsbu­rg, en Nueva York, para practicar su sonido.

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