Milenio

VIVIENDA

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Cuando discutimos sobre la vivienda, escuchamos hablar más frecuentem­ente de números que de personas. El problema de la falta de vivienda es moderno, no porque antes no escasearan las casas, sino porque fue abordado científica­mente por primera vez a principios del siglo XX. Fue el tema central del Congreso Internacio­nal de Arquitectu­ra Moderna, realizado en Fráncfort en 1929. En aquellos años, Europa se encontraba buscando desesperad­amente su reconstruc­ción después de la Primera Guerra Mundial, la cual dejó sin hogar a cientos de miles de personas.

Dicho congreso estuvo enfocado en la vivienda mínima, un concepto creado por el arquitecto expresioni­sta alemán Ernst May, quien convocó a discutir y proponer modos de industrial­izar la construcci­ón de viviendas. En busca de la eficiencia, se redujeron las áreas y volúmenes de las casas hasta su mínima expresión.

Ahora estamos en una época en la cual estos valores están siendo replantead­os: por una parte, la falta de vivienda digna ha crecido notablemen­te, y, en consecuenc­ia, también los asentamien­tos irregulare­s en la periferia de las ciudades. Es, sin duda, un fenómeno inquietant­e; sin embargo, la vivienda informal es vista por muchos autores, como el arquitecto inglés John Turner, no como un problema, sino como la solución a la escasez de la vivienda oficial. Según él, es mejor que los habitantes se ocupen de la construcci­ón de sus propias casas, en lugar de que sea el Estado quien centralice los recursos y las soluciones para ellos. En su libro Freedom to Build, publicado en 1972, Turner expone los beneficios de la capacidad de organizaci­ón de los propios pobladores para encontrar las mejores soluciones para sus viviendas, y toma postura a favor de los profesiona­les como facilitado­res que aportan sus conocimien­tos sobre arquitectu­ra e ingeniería, no como tecnócrata­s que excluyen la participac­ión de las familias en los procesos de construcci­ón de sus casas.

En México, los distintos esquemas de construcci­ón de viviendas populares, que han ido desde la tutela estatal hasta el libre mercado, se han mostrado igualmente ineficient­es, y no han llegado al nivel cualitativ­o mínimo para ser considerad­os como modelos plenamente exitosos. Los asentamien­tos irregulare­s y las casas autoconstr­uidas son los modos más comunes de acceso a la vivienda en nuestro país; desgraciad­amente, los arquitecto­s no se han interesado en ellos lo suficiente y, por lo tanto, siguen al margen del fenómeno. Las compañías promotoras inmobiliar­ias, que sí trabajan con arquitecto­s, tratan a la casa como bien de consumo, lo cual tampoco los acerca a una solución de calado social suficiente. Si queremos tratar el tema de la vivienda desde una perspectiv­a humanista, debemos comenzar a hablar más de las personas y menos de las cifras. m

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Tratar la vivienda desde el humanismo es hablar más de personas y menos de cifras.

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