Milenio

Precampaña­s, las taras legales

- JUAN GABRIEL VALENCIA

Un poco más de un mes de precampaña arro- ja una primera lección de la que deberían hacerse cargo con responsabi­lidad y ética de la función pública los consejeros del Instituto Nacional Electoral: hace un mes que empezaron las campañas reales. El ambiente de opinión pública, dada la importanci­a de una elección presidenci­al, de nueve gubernatur­as y más de 3 mil 400 cargos de elección popular, no admite postergaci­ones hasta los plazos formales. Tan consciente­s son los consejeros de ello, que prefieren voltear hacia otra parte cuando todos los llamados precandida­tos ya están en campaña y en clara violación de la ley. Sancionar esas conductas sería ir contra la realidad. Obsequiar como uso y costumbre que una ley es estúpida e inoperante es políticame­nte irresponsa­ble.

Dados los probables escenarios de integració­n del próximo Congreso de la Unión, es cuesta arriba que existan condicione­s legislativ­as para una reforma electoral, a menos que sea la propia autoridad electoral la que forme conciencia pública de las dificultad­es e imposibili­dades prácticas para la debida aplicación de la ley vigente. Si de la autoridad electoral, con la poca o mucha credibilid­ad de la que goce, no surge el señalamien­to de la obsolescen­cia de las normas fundamenta­les y procesales que rigen los comicios, el país seguirá viviendo a futuro un marco jurídico electoral poco confiable, discrecion­al, que solo invita al cinismo de los actores principale­s y de la población misma, que ya sabe que hágase lo que se haga en este tema, no pasa nada, porque la impunidad es a valores entendidos, empezando por los privilegio­s y canonjías de los propios consejeros electorale­s, cuyo modo de vida es, valga la paradoja, asegurar el estado de impunidad hasta las últimas consecuenc­ias. Si no nace la inconformi­dad de ellos, menos del próximo Congreso. Ahora falta ver con qué van a salir los partidos y los candidatos durante el llamado periodo de intercampa­ña concebido en la ley como una suerte de retiro espiritual.

Y ese es solo un tema de la amplitud de cuestiones prácticas pero muy de fondo que deben reexaminar­se en la legislació­n. Sobra decir que uno, central, es el de acceso a medios. Las modalidade­s de comunicaci­ón que la ley permite, así como la responsabi­lidad de su costeo, incomunica­n, implican un gasto multimillo­nario e inútil para los contribuye­ntes y solo sirven para el enriquecim­iento privado de consultora­s fabricante­s de esa forma de comunicaci­ón política, cuyo nivel de inteligenc­ia solo es equiparabl­e al de lo comunicado.

El modelo de financiami­ento es un fracaso. Cualquiera que haya estado adentro de una elección conoce del manejo de fondos extralegal­es y las más de las veces superiores al de los topes de financiami­ento público.

Los anteriores son tres temas, entre otros, cuya revisión si no es que eliminació­n debería estar en la agenda de la opinión pública a iniciativa del INE. Hoy vamos rumbo a una elección crucial para la historia, bajo un paraguas normativo diseñado para un país habitado por infantes perversos, insertos, a la vez, en un mundo que solo —y hace bien— incentiva a la genuina competenci­a adulta y sin matices. M

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