La Santa Inquisición Feminista
Hace pocos días un grupo de destacadas mujeres norteamericanas acusaron a cineastas, escritores y artistas de haber acosado sexualmente a mujeres. Los reales o supuestos acosadores, todos hombres; las víctimas, todas mujeres. ¿Pruebas? No se requieren, las denuncias en sí mismas son juicios sumarios e inapelables.
La reacción no se hizo esperar y, curiosamente, provino de un centenar de artistas e intelectuales francesas que criticaron el “puritanismo” del “YO TAMBIÉN” yankee y consideraron no sentirse representadas “por ese feminismo que adquiere el rostro de un odio a los hombres y su sexualidad”.
Considero que la controversia entre los dos grupos de famosas mujeres no debe polarizar a la sociedad, pues favorecería a los abusadores.
Sin embargo, los encendidos discursos de las promotoras del YO TAMBIÉN le dieron al movimiento su momento de gloria, pero exhibieron sus desvíos y prejuicios que, “furiosas”, las lleva a extremos de locuacidad.
Por supuesto que su lucha es noble y no debe fracasar. Ojalá más seres humanos nos sumemos a ella, para evitar que mujeres sigan siendo agredidas por el hecho de ser mujeres.
No obstante, lo que resulta inadmisible es el atajo por donde se precipitan irracionalmente las norteamericanas. Veamos:
1) Reducir el acoso sexual a una conducta “machista” es olvidar que hay mujeres que acosan sexualmente a mujeres, siendo estas conductas, generalmente, más pasionales y violentas. Igual sucede en acosos entre homosexuales. Así lo demuestran expedientes policiacos y judiciales en el mundo.
2) Considerar que la sola denuncia de acoso es suficiente para llamar “cerdo” al denunciado y privarlo de su trabajo, resulta abominable. Violenta los derechos humanos fundamentales del señalado, como son la presunción de inocencia, el derecho a la defensa y el debido proceso. Si la mujer es la presunta acosadora, ¿también procede llamarla “cerda”?
3) Eludir la existencia de denuncias falsas sobre acoso sexual —que son producto de resentimientos y venganzas o instrumentos de extorsión— implica una inmoralidad maniquea.
4) Pedir que el castigo vaya más allá de los reales o supuestos acosadores y que repercuta en sus obras artísticas y literarias (calificadas como “maravillosas” por las damas norteamericanas) es sencillamente, demencial. La propuesta de no exhibir películas y no admitir el valor literario de algunas obras, en función de sus autorías, nos lleva a los momentos más bárbaros de la humanidad, con escritores, músicos y artistas asesinados o presos o huyendo con sus obras proscritas.
La lucha por la verdadera y digna emancipación de la mujer no debe sustentarse en feminismos puritanos ni desconocer los valores fundamentales que dan vida y sustento a toda auténtica civilización. M