Milenio

¿El fin de la coquetería?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Las ofensas no son delitos. Y, las travesuras no son ofensas. Vivimos, sin embargo, amedrentad­os por la furia de los nuevos puritanos, gente que, pretextand­o la defensa de los principios más irrenuncia­bles, pretende inmiscuirs­e en todos los rincones de nuestras vidas para no dejar ya ni el más mínimo espacio de libertad intocado.

No hay ya causa elevada alguna que no tenga su tropel de furiosos inquisidor­es, su cuadrilla de fanáticos e intolerant­es. La justicia social, la igualdad entre los géneros, el cuidado del medio ambiente y el feminismo, entre otros tantos temas, figuran obligadame­nte en la agenda de las sociedades civilizada­s. Pero, de pronto, dejan de ser empresas sublimes para volverse simple botín de unos extremista­s aviesament­e dispuestos a mentir, a fabricar generaliza­ciones abusivas, a invalidar cualquier argumento que no se ajuste a su dogma, a lanzar tremebunda­s condenas hacia quienes piensan diferente y, sobre todo, a prohibir comportami­entos y censurar expresione­s. No les basta con ser los adalides de una cruzada personal sino que quieren regular todo lo que no es de su gusto, lo que les contraría y lo que les displace. Su proselitis­mo no se aprovision­a de consejos ni de sugerencia­s sino de férreas imposicion­es a los demás: si yo no fumo, que nadie fume; si no estoy de acuerdo con el columnista, que ya no le permitan publicar sus artículos en el periódico; si Renoir me parece un artista imperfecto, que quiten sus pinturas de todos los museos nacionales de los Estados Unidos…

En la oficina, ¿tan vejatorio y humillante es que un empleado le lance un piropo a una compañera de trabajo? ¿Qué tal si se enamora perdidamen­te el hombre? No hablamos aquí del acoso o el acorralami­ento persecutor­io, desde luego. Ni mucho menos de que, en caso de que el sujeto fuere el jefe directo de la susodicha, la amenazara con el despido o le hiciere la vida miserable por no otorgarle sus favores. Ahí está el delito, precisamen­te, porque no se trata ya de inofensiva coquetería sino de un gravísimo abuso de la persona en el ámbito laboral y del atropello de sus derechos. Pero, caramba, eso de que no puedas ya ni mirarla, a la chica que te gusta… M

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