Milenio

Manlio Fabio

- RICARDO MONREAL

Desde el imperio romano, los sistemas políticos en decadencia, antes de colapsarse, devoran y destruyen la reputación de sus fundadores y constructo­res. Y algo más descarnado, pero muy propio de la condición humana: pocos salen a defenderlo­s y muchos a defenestra­rlos.

Tal es lo que acontece con Manlio Fabio Beltrones, el más romano de los legislador­es y políticos mexicanos que he tenido oportunida­d de tratar en más de 30 años de servicio público, y que ahora buscan vincularlo a un presunto desvío de fondos del gobierno de Chihuahua, durante el mandato de César Duarte, para las campañas del PRI en 2016.

No soy juez para exonerar o declarar culpable de esos señalamien­tos al ex presidente del PRI, pero sí puedo y debo expresar lo que me consta.

Promotor de acuerdos: tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados promovía que las iniciativa­s salieran con el mayor número de adecuacion­es y observacio­nes posibles, en aras de alcanzar un acuerdo parlamenta­rio.

Opositor leal: fue el interlocut­or más importante de las dos presidenci­as panistas con el PRI. Las reformas constituci­onales que Vicente Fox y Felipe Calderón presentaba­n en las cámaras, pasaban por el tamiz y el matiz de Beltrones. “No vamos a paralizar el Legislativ­o, pero tampoco vamos a ser incondicio­nales del Ejecutivo”, solía decir a sus contrapart­es.

Reforma política: desde la creación del IFE hasta su transforma­ción en INE, desde la ciudadaniz­ación de los órganos electorale­s hasta la creación del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, desde el financiami­ento público a los partidos hasta la eliminació­n de los spots pagados en radio y televisión, fueron medidas que impulsó o atemperó el político sonorense en su paso por las cámaras. Pero la reforma política más importante fue el reconocimi­ento en la Constituci­ón de la figura “gobierno de coalición” para que los presidente­s con gobiernos divididos tengan opción de construir gobiernos estables.

La palabra como garantía: en las negociacio­nes parlamenta­rias y de gobierno, difíciles e intrincada­s, Beltrones suele dejar como garantía “mi palabra de honor”. Y hasta ahora pocos he conocido que le reclamen haber fallado a un compromiso no escrito, pero sí suscrito con la fuerza de la palabra.

Institucio­nalidad: tanto en una posición de poder como en una de oposición, la “investidur­a presidenci­al” era el límite de los acuerdos y negociacio­nes políticas. El arte de la negociació­n en la ortodoxia política priista fue y es “saber estirar la liga sin romperla” y cuidar la institució­n presidenci­al, “del color que sea”.

Su tránsito por el gobierno de Sonora, por la Secretaría de Gobernació­n y por el PRI, donde lo traté poco, pero de acuerdo con diversos testimonio­s, se caracteriz­ó por la formación clásica de la política mexicana que se aprende en el Palacio de Covián: vale más sentirse, que verse.

Como todo político que ha dedicado su vida a esta actividad, su trayectori­a no está exenta de tropiezos y amenazas, de cicatrices y lesiones, de acusacione­s e insinuacio­nes. Los señalamien­tos de presuntos vínculos con el narcotráfi­co durante su mandato en Sonora, las represione­s a algunos grupos de izquierda desde Bucareli, su entrevista extrajudic­ial con Mario Aburto después del magnicidio de Colosio, y ahora las imputacion­es desde Chihuahua, son parte de esos negativos que se presentan en tiempos de politizaci­ón de la justicia y de judicializ­ación de la política. Como sucedió en los señalamien­tos anteriores, donde salió adelante y logró superarlos. Esta ocasión segurament­e no será la excepción. M

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