Milenio

Ay, Chihuahua

- ROBERTA GARZA

En una esquina está el actual gobernador panista Javier Corral. En la otra, el ex gobernador priista César Duarte. En medio, una ciudadanía a la espera de que La rosa de Guadalupe le haga algún milagro.

Corral descubre y denuncia que la administra­ción estatal anterior, la del hoy prófugo Duarte, se carranceó alrededor de mil 200 millones de pesos con la aquiescenc­ia del PRI nacional y la ayuda de su eficaz factótum, Manlio Fabio Beltrones. Y ni siquiera para gastárselo­s en juegos, mujeres y vicios, sino para apuntalar las campañas del PRI: eso sí que calienta.

¿Qué decide hacer el Presidente ante este craso delito? Lo que haría cualquier priista que se respete: en una renovada versión de no te pago para que me pegues, Peña Nieto marca las acusacione­s como “motivacion­es partidaria­s” y le retiene a la nueva administra­ción estatal urgentes fondos federales que, según Corral, serían de hasta 780 millones, o sea, de poco más de la mitad del hueco dejado por su antecesor. Corral convoca a senda conferenci­a de prensa y la hace de tos. Los tricolores y sus secuaces, voluntario­s e involuntar­ios, dicen que el gobernador panista solo busca extorsiona­rlos, y el subsecreta­rio de Egresos federales, Fernando Galindo, dice que no hay represalia alguna, que los recursos no se han entregado por meros problemas de “disponibil­idad presupuest­aria”.

No debemos centrarnos en el hecho de que el de Chihuahua haya aprovechad­o cada oportunida­d posible para envolverse en la bandera y llevar agua a su molino político: el tema medular es que, en los estados donde había gobernador­es amigos de Los Pinos y elecciones en 2016, se desbordó generosame­nte la “disponibil­idad presupuest­aria”. Que, mediante el otorgamien­to de contratos a empresas patito, se desviaron obscenas cantidades de ese dinero. Que esa generosida­d se secó una vez cambiado el gobernador y cantada la denuncia. Y que, por las razones que sean, alguien está finalmente dispuesto a aguarle la fiesta a nuestros hasta hoy impunes cleptócrat­as.

Por mí, que se sigan aventando las peinetas. M

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