Larga vida al rey (león)
La roca real se levantó por última vez y un Teatro Telcel completamente lleno hizo lo mismo. Fue el último telón de El rey león en México y debo confesar que las lágrimas fluían libremente. Lo hermoso del teatro, del arte en sí, es que cada quien proyecta sus propias experiencias y emociones con lo que tiene enfrente. En este caso, la producción creada por la mágica Julie Taymor tocó a más de un millón de mexicanos. Y haberlo vivido desde adentro, desde el principio, como parte del equipo de esta puesta en escena me da permiso para decir que fue algo particularmente especial.
Les puedo contar ahora que cuando Julie llegó hace más de tres años, y fue recibida en una mesa rectangular por todo el elenco, equipo técnico, creativo y por supuesto, los productores de Ocesa y la gente de Disney, de las primeras cosas que hizo fue buscar el punto de vista de Carlos Rivera, a quien ya conocía y respetaba profundamente por su trabajo con la misma obra en España. Y vaya que Carlos, incansablemente, le entró a todo. Recuerdo estar tratando de repasar unos textos con él en un Starbucks pensando “esto es la misión imposible”, entre risas mentales y de verdad una explosión de orgullo y cariño por nuestro primer Simba. “¿De verdad crees que tus fans te van a dejar trabajar en un Starbucks?”, le pregunté sonriendo, mientras que se arremolinaban cada vez más y más chicas (y más de un chico) alrededor. La cosa es que no hay persona más sencilla que Carlos, pero eso ni le quita la claridad de sus ideas como compositor, como creativo, ni su deseo como ser humano de hacer las cosas como cualquiera, sin complicaciones.
Aunque si ustedes hubieran visto, cómo se puso la gente en el teatro cuando él y el maravilloso Flavio Medina tomaron sus asientos para ver y apoyar esta última función, no dejarían de pensar que muchas acabaron con los cuellos muy torcidos. De hecho, algunas parecían Linda Blair en El Exorcista. Pero no podían precisamente entrar discretamente cuando se apagaba la luz. Ellos mejor que nadie saben que los hubiera atropellado un elefante y varios animales más. Esos mismos que sacaban gritos de emoción durante la primera escena, el Ciclo Vital para al fin congregarse en el escenario para celebrar el nacimiento del hijo del rey.
Antes de la función, todos, elenco actual y original, todos los Simbas niños (muchos que ya eran más altos que yo, tres años después), los equipos de producción, el creativo, la gente de Disney que vino desde Estados Unidos para estar en el evento, el director de Disney México y por supuesto los productores Julieta González, Morris Gilbert y Federico Gónzalez-Compeán nos colocamos en un círculo frente al telón cerrado, ya con el teatro llenándose del otro lado y gritamos un fuerte, “¡Gracias México!”. ¿Cómo no? Fue una historia espectacular. Un gran formato que jamás se descuidó. Una oba por la cual se construyó en gran parte un maravilloso teatro. Un hito en la vida de todos ahí.
Como les contaba, cada quien se lleva la experiencia, las memorias que más le muevan de esta historia. En una nota muy personal, yo nunca dejaré de pensar en mi padre, quien me acompañó y hasta lloró conmigo cuando nos tocó repasar canciones como “Él vive en ti”, cuando Rafiki le enseña a Simba que su padre siempre estará ahí con él. Eso sentí exactamente, ahora que ya no tengo al mío cerca, cuando escuché por última vez esa canción. Y agradecí a las estrellas, cuando Mufasa le cuenta a Simba que son grandes reyes del pasado cuidándonos, por haber alcanzado a compartir esto con él.
Así que sí, fue un telón muy emotivo para miles y miles de personas. Estas son solo algunas historias alrededor de ello. Gracias por tanto, Rey león.