Milenio

Muertes infértiles

- Héctor Zamarrón hector.zamarron@milenio.com @hzamarron

Yoselín, Jonatan Israel, Luis Édgar, Jaime, Montserrat, Liliana, Óscar e Ilse tienen en común haber creído que la bicicleta era un buen medio de transporte en la ciudad y morir atropellad­os, casi todos, por camiones de transporte público y privado.

Hoy son una estadístic­a más. Unos cuantos nombres que se suman y se archivan, como pasó con las carpetas de investigac­ión abiertas por sus casos. Son parte de los 28 ciclistas muertos entre 2016 y 2017.

Homicidios culposos, sin detenidos y, peor aún, sin que sus muertes hayan provocado cambios para volver más segura esta ciudad.

Cuando fallece alguien atropellad­o lo asumimos con la fatalidad de quien se gana la lotería de la muerte.

No hay un ingeniero que revise qué parte de la culpa la tuvo el diseño de las calles, consagrada­s al automóvil desde hace décadas. Nadie acude al punto del accidente para analizar si se requiere recortar un carril, ampliar la banqueta, aumentar el ciclo del semáforo, si hay que instalar o no reductores de velocidad, nada.

O si lo hacen, los resultados terminan olvidados en el escritorio de quien puede tomar decisiones, pero para qué incomodar a los conductore­s, que sigan las muertes predecible­s, absurdas, evitables.

Hay en cambio casos como el de Yoselín, en el que Cemex, la empresa cuya revolvedor­a arrolló a la joven en el cruce de Calle 10 y avenida Revolución, ofreció hacer cambios en sus vehículos para evitar nuevas muertes. Si lo hicieron en Inglaterra, deben hacerlo en México.

Ojalá que el último caso, el del atropellam­iento de Luis Édgar la noche del pasado 12 de enero, lleve a rediseñar la glorieta del Riviera y la vuelva más segura.

Que esa muerte sirva para que por fin se confine la ciclovía de la avenida División del Norte, pendiente desde 2012, por ejemplo.

Que no nos gane la banalidad, la normalizac­ión de la muerte.

Son vidas que pueden salvarse con unas cuantas medidas viales. El conocimien­to ya existe, falta la decisión de aplicarlo.

Que no sean muertes infértiles, que esas vidas interrumpi­das abonen el camino de la seguridad de quienes usan y viven la ciudad.

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