EL HIMNO NACIONAL Y LOS MEXICANOS
Lo que sufren las escuelas en su interior es apenas un ligero síntoma de lo que pasa en otros ámbitos de la sociedad”
—A mis sobrinos Luis, de sexto año de primaria y Diego, de quinto.
La primera tarde que asistí en diciembre pasado a un juego de beisbo len Culiacán,mientras se escuchaba n las notas del Himno Nacional, un considerable número de aficionados permanecieron sentados; hombres y mujeres, y lo peor, padres e hijos que iban juntos hicieron lo mismo. Se ocupaban de su iPhone, por supuesto.
Tal vez no debamos sorprendernos. Es muy probable que en muchas plazas del país donde se practica algún deporte y se acostumbra el ritual del himno, previo al inicio de la competencia, algo parecido sucede.
No sabemos cuándo empezó a ocurrir este desprendimiento. O ésta que podría ser una mengua del patriotismo. Ni mucho menos sabemos las causas exactas de por qué. Registro también que en aquel instante desagradable, cuando contrariado le llamé la atención al respecto a uno de mis acompañantes, un severo crítico del sistema, en tono justificatorio me respondió con la siguiente admonición: “es un himno muy beligerante”. Lo tomé como otra de sus bromas, a sus casi 70 años.
Anoto lo absurdo: me lo dijo en Culiacán, donde la legalidad es un concepto, un mero concepto, difícilmente una realidad, donde la mortandad violenta es parte de la vida cotidiana, y donde la noche del 31 de diciembre pasado, el impune tiroteo, las ráfagas de las metralletas de los festejos fueron incesantes desde minutos antes de las 12 de la noche y todavía se escuchaban a las 9 de la mañana del día primero.
Regreso al tema. El comportamiento de estos grupos que describo, no sin cierta frustración, con un sentimiento de derrota moral, no se ve nunca en un estadio de beisbol de los Estados Unidos. Al contrario. Se jactan de su patriotismo y lo ostentan en liturgias eficaces. Y los extranjeros que asistimos, todos nos ponemos de pie. A los mexicanos no nos daña traer a la memoria nuestra historia. Saber que nos fundimos en un mestizaje portentoso, en un mestizaje “de una fuerza interior contenida” (Calderón Viedas, 2017-2018) . Nos hace bien recordar quien fueron los guerreros de la independencia, los liberales de la reforma, los revolucionarios de 1910, nuestros grandes hombres, cuáles nuestros símbolos, esos que nos legitiman como nación soberana y esto no es un sarcasmo. Un pueblo que no se reconoce a sí mismo, que no conoce su pasado, es un pueblo sin futuro. No voy a hacer un alegato sobre los libros de Texto Gratuito de la SEP. Pero los correspondientes a Historia y Formación Cívica y Ética de quinto año de educación básica son formidables: El primero, en la correcta línea del tiempo para entender el pasado, para que les lata el corazón cuando vean ondear la bandera verde, blanco y rojo con el águila devorando una serpiente; El segundo, integralista de los deberes y obligaciones que sirven para hacer de un niño un ciudadano útil.
De ello no podemos quejarnos. Herramientas educativas tienen para su formación; lo mismo para asumir el respeto a los derechos de los otros, rechazar la discriminación, el racismo, etcétera.
Consideremos, si se quiere abundar sobre estos aspectos, que cada lunes las escuelas públicas, al menos, hacen homenaje a la bandera. Se sigue haciendo la formación que conocimos en nuestra niñez para rendirle los honores de rigor, se canta el Himno Nacional y los niños aprenden de los maestros a descubrirse ante la enseña patria.
Se trata de un asunto de civismo, de ética, de patriotismo, en suma, de valores, los cuales forman el corpus de una educación que mezcla las otras disciplinas, las ciencias matemáticas, naturales, sociales. Sin embargo, el modelo educativo vigente perdió actualidad, en el nuevo los niños van a aprender a aprender. Ésa es la idea. Pero eso no cambia lo que estoy señalando. Eso no le va a quitar la zafia actitud al padre que ignora el himno nacional ni le dirá a su hijo que se ponga de pie.
Todos sabemos que la familia es fundamental en la formación de los niños. Sin su participación, la educación está lisiada. La realidad es que la participación de los padres en la escuela, tan incentivada para que decidan sobre el rumbo de la institución, tiene sus problemas. Es frecuente ver que, empoderado, el padre amenaza al maestro que corrige al hijo por mala conducta, lo acusa ante la “sociedad civil” y ante las autoridades. El maestro, declarado culpable, queda inerme en el aula. Este es el lado oscuro de participación de los padres en la conducción de la educación, que de esa manera privatizan la escuela; asimismo: el maestro es como su empleado, un empleado subordinado, que como consecuencia del bullying de los padres, deja de tener la autoridad que se requiere para guiar a los niños. Y si el niño ve al modelo del padre, como el ser autoritario capaz de defenderlo y que de hecho lo salva del castigo del maestro, lo que de seguro tendremos es un niño que no respetará las reglas de la convivencia. Y estos hechos no son excepcionales, menos en comunidades donde la pérdida de la autoridad rebasó los límites de la prudencia.
Pero, ¿de qué estamos hablando? De otra realidad donde los padres que rechazan estas conductas, quisieran que el modelo educativo tuviera otros efectos, que la escuela fuera un lugar cuya centralidad y eficacia pedagógica y formativa fuera efectiva. Esto parece difícil cuando a las escuelas de educación básica que no son de tiempo completo, los niños acuden cuatro horas y media al día, y esto incluye la media hora de recreo.
Es imposible una buena educación, sólida, consistente con este tipo de horario, si el maestro y la maestra tienen un plan de estudios que les resulta exigente y agotador a lo largo del ciclo escolar. Se dice que “el mejor educador es aquel que produce en sus alumnos el máximo de cambios deseable en el grado más elevado” (Gage y Remmers). ¿Cómo saberlo? ¿Cómo hacer efectivo que la educación logre sus fines?
La escuela es una institución que va a contracorriente. La educación en general sufre tiempos contrarios. Lo que sufren las escuelas en su interior es apenas un ligero síntoma de lo que pasa en otros ámbitos de la sociedad. Esto Perogrullo lo dice a diario, pero lo cierto es que no se puede esperar mucho por ahora sin osa tenemos al clima social y cultural que estamos viviendo. Y sin negar los ejemplos desafortunados que lo desmienten, el maestro sigue siendo un héroe.