Vías eternas
Según el reporte del tráfico, las calles de Ciudad de México se habían convertido en una sucursal del infierno. Un grupo de manifestantes del SME confirmaron de nuevo que consideran el Distrito Federal como parte de las propiedades sindicales que el gobierno les ha adjudicado de manera inexplicable. Después de realizar una protesta, o lo que sea, frente a la Secretaría de Gobernación, los marchistas caminaron por Reforma e Insurgentes hasta llegar a Antonio Caso. Un caos, un desastre.
En la autopista México-Toluca, a la altura de la caseta de cobro, un grupo de manifestantes colapsó el tránsito en la carretera federal. Desde el kilómetro 17 las personas enloquecían dentro de sus coches, el cerco afectó Constituyentes, Reforma y todo el mapa urbano de esa zona. Siento compasión por todos los que han caído en la telaraña de la protesta ciudadana.
En ese infausto momento, pequeñas concen- traciones en el Monumento a la Revolución y en el Ángel de la Independencia convirtieron el tráfico en un laberinto de locos. Vecinos de Tlalpan bloquearon la calzada México Xochimilco y Calle de la Cruz. Luego un grupo furibundo cercaba Arquímedes y Campos Elíseos, frente a la representación del Estado de Guerrero. Las vías alternas se han convertido en vías eternas.
Recuerdo de pronto el título de una breve crónica de Salvador Novo: “Nuestra ciudad de ellos”. No sé a ustedes, pero a mí las razones de los manifestantes me importan un comino. Me incumbe que la circulación en la ciudad sea imposible.
Hace unos días caí en una vía eterna. Debe ser la edad, en otros tiempos, me zampo eso y más, pero renuncié. Una mezcla de furia y culpa me sitiaron. Me castigué con dureza innecesaria. Pueden no creerme, pero terminé comiendo solo en el bar de un Sanborns un aguacate relleno de atún. Pedí un vodka en las rocas, luego otro y otro. Una mala tarde no se acaba hasta que se acaba. En el bar de Sanborns me di cuenta, como un fogonazo en la oscuridad, de que estaba en una de las mecas del mundo gay de la ciudad. Los chichifos se paseaban entre los pasillos y se asomaban al interior del bar. Dije chichifos, y no empecemos con la monserga del respeto y la libertad y otras zarandajas. La idea de que los chichifos me consideraran un gay viejo en busca de una aventura pagada me entristeció sobremanera.
Este artículo sobre manifestantes insufribles e impunes, tránsito de locos y un bar de Sanborns, lo escribí hace diez años. Volvió a ocurrir.