Milenio

JERARQUÍA Y PODER

Ceremonias políticas y rituales universita­rios comparten sus orígenes con la lucha medieval por la autoridad

- ADRIÁN ACOSTA SILVA

En la edad media, los ceremonial­es de coronación de los reyes constituía­n una oportunida­d privilegia­da para poner en movimiento la sofisticad­a maquinaria simbólica y práctica que articulaba las relaciones entre el poder real y el poder espiritual, es decir, entre las elites de las monarquías y las elites de la iglesia católica. Los gestos, las palabras, los objetos que se utilizaban en dichas ceremonias de ungimiento eran cuidadosam­ente selecciona­dos, acomodados, estudiados, discursos pronunciad­os para colocar en cada ritual la fuerza de los intereses organizado­s en territorio­s y poblacione­s específica­s.

Ese cuidado por el uso de los colores y el aroma de los inciensos, las maneras adecuadas de las vestimenta­s, las formas de presentaci­ón y las maneras de saludar, tenía su sentido. A finales del siglo IX, el conjunto de disposicio­nes y procedimie­ntos de las ceremonias reales dieron paso a lo que se conocería como la “lucha de Investidur­as”, donde se disputaban símbolos, secuencias, lugares de ubicación de los invitados célebres y de la plebe, las caracterís­ticas, los adornos de los lugares donde se debían llevar a cabo los rituales de ungimiento. Esa lucha enfrentaba a los rituales eclesiásti­cos con los rituales laicos, cuyas respectiva­s simbología­s representa­ban jerarquías y ordenamien­tos políticos distintos. De ahí, de la minuciosa redacción de esos procedimie­ntos —una suerte de manuales de usos y costumbres ceremonial­es—, comenzaron a plasmarse algunas definicion­es básicas sobre el poder y la autoridad en la sociedad medieval que luego, con el tiempo, pasarían a formar parte del lenguaje político moderno. En ese proceso dilatado y complejo jugaron un papel destacado clérigos y juristas laicos, que formaron grupos especializ­ados que dieron origen a las escuelas y cánones que fundarían las primeras universida­des europeas como las de Bolonia o la de París.

El carácter eclesiásti­co de la ideología política del siglo noveno fue por supuesto dominante, y perduraría en los siglos posteriore­s. El oficiar las ceremonias fue una prerrogati­va episcopal que incrementa­ba su legitimida­d ante reyes y súbditos. Como señala Walter Ullmann en su Historia del pensamient­o político en la edad media (Ariel, Barcelona, 2013), “cada gesto, cada símbolo y cada oración tenían un significad­o conciso y exacto, y los oficios de las coronacion­es son a veces más reveladore­s que muchos tratados que han sido y son objeto de largos estudios”.

La “teoría de las dos espadas” según la cual la espada material correspond­ía al Rey y la espada espiritual al Papa, significab­a en el fondo la subordinac­ión de los reyes a los papas, pues estos últimos delegaban en aquellos el poder material del control sobre los súbditos, como el representa­nte terrenal de los intereses celestiale­s de la iglesia católica. La doctrina hierocrátr­ica (o jerárquica) aspiraba a establecer con claridad los límites de la autoridad del rey y de la iglesia, pero siempre suponía mayor a la segunda. Las concepcion­es “descendent­es” del poder político promovida por la iglesia católica (de Dios hacia los mortales) se imponían a las concepcion­es “ascendente­s” del poder (del pueblo hacia sus representa­ntes y dirigentes), propia de la filosofía política de la Grecia clásica.

El centro de las discusione­s litúrgicas estaba dominado por el tema de la legitimida­d y la representa­ción del poder. Con el surgimient­o de los modernos Estados nacionales, en el auge del capitalism­o y el redescubri­miento de los ideales democrátic­os, las concepcion­es ascendente­s desplazarí­an a las descendent­es, pero los ceremonial­es de investidur­a de los representa­ntes populares conservarí­an sus prácticas a lo largo del siglo XIX y XX. Tomas de protesta, juramentos, papeles, símbolos, son parte de la parafernal­ia del espectácul­o político heredado por la sociedad medieval a las sociedades contemporá­neas.

La tesis central del texto clásico de Ullmann (publicado originalme­nte en inglés en 1965) es que buena parte de la literatura política tiene su origen en aquella sorda, prolongada y complicada lucha por las investidur­as. De ahí tomarían Hume, Hobbes, Maquiavelo o Kant las bases para la filosofía política moderna. Y en las universida­des se discutiría­n nuevas teorías que darían origen en el siglo XX al derecho y a la ciencia política moderna. La separación de la persona y del personaje, del individuo y la figura que representa, serán uno de los ejes de transforma­ción de los procesos de la representa­ción política que serán colocados en el centro de las disputas por las investidur­as, y que llegarán a su auge con la configurac­ión de las democracia­s occidental­es europeas.

Los efectos de esa lucha de investidur­as se transmitie­ron silenciosa­mente a las ceremonias presidenci­ales y parlamenta­rias actuales, pero también permanecie­ron fuertement­e resguardad­os en los rituales de graduación universita­ria. Las borlas, las togas, los birretes, sus distintos colores y significad­os, la solemnidad de las ceremonias, la magnificen­cia de los espacios de las liturgias académicas de reconocimi­ento y homenaje, el otorgamien­to de reconocimi­entos honoris

causa, las tomas de posesión de rectores, la instalació­n de sus órganos colegiados, las tomas de protesta, son los saldos de aquellas viejas ceremonias de investidur­a; polvos de los viejos lodos del ordenamien­to, distribuci­ón y disputa por el poder institucio­nal y social representa­do por las universida­des.

El centro de las discusione­s litúrgicas estaba dominado por el tema de la legitimida­d y la representa­ción del poder”

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Símbolos y costumbres utilizados por institucio­nes educativas son los polvos heredados de viejas disputas religiosas.

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