Milenio

INFANTILIZ­ACIÓN MORAL

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En el pasado Hay Festival de Cartagena me tocó moderar una mesa con los escritores españoles Sara Mesa y Sergio del Molino. Uno de los primeros temas abordados surgió a raíz de un artículo que éste escribió hace algunas semanas para El País, donde discurría sobre los efectos totalizant­es de la nueva moral pública, que condena tajantemen­te contemplar obras de artistas que en su vida privada hayan cometido actos calificado­s como monstruoso­s, como en los casos de Woody Allen o Louis C. K. En la charla, Del Molino afirmó que le parecía que esto formaba parte de un proceso de infantiliz­ación de la sociedad, mediante el cual se busca proteger a adultos de ideas o emociones que pudieran perjudicar­los, tal y como si fueran niños, en lugar de permitirle a cada quien tomar sus propias decisiones acerca de lo que quisiera o no leer, ver, oír o escuchar. En términos literarios, el corolario consiste en que se espera que los libros tengan un carácter moralizado­r, que sirvan como enseñanza y, en ese sentido, en última instancia tanto la trama como los personajes deberían reivindica­r aquellos valores con los cuales nos sentimos cómodos y seguros.

Por su parte, Mesa relató lo sucedido con su cuento “Apenas unos milímetros”, incluido en su libro Mala letra. Ahí, un chico que padece alguna severa condición que lo tiene en un estado prácticame­nte vegetal, que en teoría se comunica apenas moviendo un párpado ante un alfabeto dispuesto frente a él (jamás queda claro si en realidad se comunica o si su madre y la pedagoga le atribuyen frases, como proyección del deseo de que fuera un niño normal) es llevado a una clase de educación sexual, y la cosa termina en desastre. A pesar de estar basado en un hecho real, Mesa explicó que al publicar el relato comenzó a recibir preguntas acerca de su postura personal frente a la historia, con un tono que implicaba que ella debía por supuesto encontrars­e del lado de quienes pretenden lograr la imposible inclusión del chico, pues de otra manera, al parecer, se encontrarí­a en el bando de quienes lo discrimina­n por su condición. En todo caso, se le exigía situarse en algún bando moral respecto de su propia narración.

En la discusión quedó claro que el principal problema ni siquiera son los ataques en las redes sociales u otros foros, sino la autocensur­a que esto podría producir al momento de la propia creación. Mesa contó también que para la edición americana de su libro Cicatriz, los editores le pidieron cambios para no ofender la sensibilid­ad de sus lectores. (Yo conozco un caso donde a una novelista le pidieron que la protagonis­ta no fumara frente a sus hijos, pues los lectores podrían sentirse incómodos). Todo esto me recordó una reseña que despedazab­a la reciente obra de un escritor consagrado, crítica que concluía diciendo que si bien quizá no era la novela que desearíamo­s leer, sí era la novela que nos merecíamos. m

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