“MIS PERSONAJES SON POLÍTICAMENTE CORRECTOS”
El Pontífice del trash nos habla desde su natal y orgullosamente inspiradora Baltimore sobre cómo su trabajo, 50 años después, vuelve a despertar la misma repugnancia y anarquía que las primeras veces... en los setenta
En Baltimore deben ser las cuatro de la tarde, una hora más que en Ciudad de México, lo cual basta para que su ecosistema de desigualdad y contrastes extremos se convierta en caldo de cultivo para las mentes más bizarras de la hoy tan desdibujada cultura alternativa.
Considerada dentro de las cuatro ciudades más violentas de Estados Unidos, con índices a la altura de la capital de Guatemala o Kingston, Jamaica; según reportes del 2016 del FBI, recopilados por el Centro Brennan de Estadísticas de Justicia de la Universidad de Nueva York, Baltimore también posee extrañas cualidades: solo ahí la delincuencia parece tener un pervertido toque sexy. La pobreza ejerce una sexualidad más sofisticada que la exhibición más porno de las galerías de arte del Soho neoyorquino y únicamente Baltimore pudo parir a alguien como John Waters, el padre de la cultura basura según William Burroughs, quizá el único cineasta viviente que cuenta con una filmografía en donde todos sus títulos son considerados de culto de forma instantánea. En su carrera se encuentran títulos como A Dirty Shame, Serial Mom, Hairspray, Polyester (en cuyas primeras exhibiciones se repartían a la entrada las hojas Odorama con números impresos, para rascar el número cuando estos aparecían parpadeando sobre el film en alguna esquina de la pantalla; entonces la casilla desprendía ráfagas de aromas a pie de atleta apestoso y pedos) y, desde luego, Pink Flamingos, fenomenal película con el spoiler más repugnante de la historia: Divine, la madre punk de las drags queens de aquí a la eternidad, comiendo caca fresca de perro sin poder disimular su propio asco.
Hace mucho que Waters no se para detrás de una cámara, pero su misión de diseminar la exquisitez del mal gusto como ejercicio de filosofía contestataria y existencial no se ha detenido en lo absoluto: ahora se le puede ver haciendo shows de spoken words en épocas navideñas, hablando de galletas recién horneadas y vergas de albañiles en una misma frase. ¿De plano no volveremos a ver una película tuya, John? Bueno, hace mucho tiempo que no estoy en el negocio de la cinematografía , pero digamos que sigo estando dentro del mundo del entretenimiento: estoy trabajando en una secuela de Hairspray para la HBO, en el guión para un musical y otro para una película navideña para niños, y todo esto me está sirviendo para ganar un poco de dinero, así que de algún modo sigo contando historias. Mi últimos tres libros, incluyendo el del año pasado, Make Trouble, son la continuación de mis obsesiones. Estoy en varias reuniones para ver si se concreta el presupuesto para una nueva película de un guión que ya está listo, pero la industria del cine ha cambiado mucho desde que rodé mi última película, que tuvo un costo de seis millones de dólares, y estamos hablando de una producción supuestamente “independiente”. Antes hacía películas con mucho menos que eso y creo ya no tener paciencia para conseguir ni un millón de dólares, ¿sabes? Lo que me gusta de concentrarme en escribir es que soy mi propia compañía filmográfica, sin tantas personas que dirigir. Así que por el momento me encuentro escribiendo demasiado. Digamos que sigo pensando en historias que contar, pero las estoy concibiendo para que puedan diseminarse en forma de libros. Creo que me estoy convirtiendo en un buen escritor según el cliché más antipático. Prácticamente me siento a escribir desde las siete u ocho de la mañana y hasta ya entrada la tarde; disfruto mucho cuando me concentro en escribir porque es un buen momento, solo para mí. No contesto el teléfono ni respondo mails o me conecto a un app de encuentro, y durante la tarde ya estoy maquinando lo que escribiré al dia siguiente Según esto, yo soy escritor. Tengo un par de libros publicados, pero a veces pienso que por culpa de esas malditas apps de encuentro, no logro hacerme de una rutina tan estricta como la tuya... ¿Interrumpes la escritura por tener sexo con alguien que conociste en un app? Me temo que si. Bueno, podrías hacer de eso una rutina que termine de cobrar forma en tus textos. De hecho, suena como a algo que debería empezar a hacer yo, hacerme de una nueva rutina, como la tuya, un diario de cómo no puedo terminar de escribir por tener sexo con gente de las apps. Seguro sale una novela interesante. Todos pensarían que John Waters es un tipo hiperactivo que prefiere darle rienda suelta, y prioridad, a las perversiones que a un hábito estricto Todos necesitamos de una rutina, no importa la que sea, si son convencionales o extravagantes, pero creo que la rutina es necesaria incluso para que la locura no pierda su esplendor. Pienso que en mí, por ejemplo, funciona como un estimulante de obsesiones y no permite que me convierta en un escritor automático. Hace poco leí una nota sobre unos millennials hablando de la serie Friends, y se quejaban de lo políticamente incorrecta que era: machista, misógina, etcétera. Me pregunté: ¿carajo, qué pensarán de las películas de Waters? Pero son discusiones que sólo se dan en circuitos de gente blanca millonaria, de niños ricos cuyas opiniones parecieran tener más alcance porque tienen más acceso a sitios en los que difunden sus opiniones, pero fuera de ese castillo, sobre todo el de las universidades, la realidad es otra. Son debates hasta cierto punto propiciados no por las buenas intenciones de los políticamente correcto, que las tiene, sino por esta tendencia del sistema de educación estadunidense que tiende a sobreproteger a los estudiantes hasta de sus propios pensamientos, desestimando el sentido común, el diálogo, vamos, lo complejo de la humanidad. Y también son discusiones de alto componente clasista, de burgueses e inadaptados. De hecho, cuando lo pienso, creo que mis actores, personajes, yo mismo, somos más políticamente correctos que todos esos que andan cazando misoginia u homofobia por el simple hecho de que somos honestos con nosotros mismos. No hay nada más políticamente correcto que la honestidad. Aunque sea incómoda. O incomode. O no agrade. M Mañana, la segunda parte.