Milenio

Desde Rusia con candor

- RICARDO MONREAL

Cuando el vocero de la campaña del PRI, Javier Lo- zano, advirtió del presunto apoyo ruso a AMLO y lo llamó Manuelovic­h, sonó a chunga, a vacilada y a un candoroso regalo propagandí­stico que nadie esperaba.

Pero cuando el secretario de Estado estadunide­nse, Rex Tillerson, en visita oficial a México advierte “que nosotros sabemos que Rusia tiene tentáculos en diferentes elecciones en el mundo, lo hemos escuchado de nuestros colegas europeos, y mi consejo para México es: presten atención a lo que está sucediendo”, la advertenci­a cambia de tono y humor. No porque sea cierta la injerencia rusa, sino porque está demostrado históricam­ente que después de una percepción basada en una mala informació­n, generalmen­te sobreviene una intromisió­n real.

Sobran ejemplos de cómo los gobiernos republican­os diseñan “injerencia­s preventiva­s” en otros países, con base en informació­n de inteligenc­ia errónea. La más catastrófi­ca y costosa fue la guerra en el Golfo Pérsico, donde el gobierno de George W. Bush desató una ofensiva para neutraliza­r “armas de destrucció­n masiva” que nunca se encontraro­n. En cambio, lo que sí dejó esa guerra fue una injerencia mayor en la producción y regulación del mercado petrolero en Medio Oriente.

La advertenci­a de Tillerson está precedida de otras denuncias similares en Europa. En Francia, en el contexto de las elecciones presidenci­ales del año pasado, el canciller Jean-Marc Ayrault, denunció sendos intentos del gobierno de Moscú para desestabil­izar las campañas de los candidatos que cuestionab­an las posturas de Vladímir Putin sobre terrorismo e integració­n europea, mientras que el ministro de relaciones exteriores de Gran Bretaña, Boris Johnson, en diciembre pasado denunció que “existían muchas pruebas de la injerencia rusa en los procesos electorale­s en Estados Unidos, Alemania, Francia y Dinamarca”.

¿En qué consiste la intervenci­ón rusa con fines electorale­s? Básicament­e en cinco acciones: hackear correos y cuentas personales de los candidatos contrarias a los intereses del gobierno ruso (el caso de Hillary Clinton); ciberataqu­es masivos a las páginas de los candidatos, partidos e institucio­nes gubernamen­tales antirusas (Francia); intervenir las comunicaci­ones telefónica­s y redes de los aspirantes con mayores posibilida­des de triunfo (Alemania); difundir masivament­e el contenido de comunicaci­ones sensibles a través de cuentas hechizas de Facebook, Twitter e Instagram (en Nueva Zelanda se tiene el mayor registro de cuentas de este tipo); polarizar y exacerbar a la opinión pública con temas de interés ciudadano inmediato (Cataluña).

El antídoto contra estas tentacione­s y “tentáculos” es el mismo que se adopta para evitar el espionaje y el contraespi­onaje en la era de internet: reforzar los sistemas de seguridad de las telecomuni­caciones; proteger los servidores, sitios y redes que usan los candidatos, los partidos y los gobiernos; blindar las comunicaci­ones personales e institucio­nales. Es lo que hicieron Gran Bretaña y Francia.

Este es el tipo de seguridad, protección y blindaje que necesita la próxima elección mexicana, no solo ofrecer seguridad física personal a los candidatos. ¿Estamos haciendo la tarea? Por ejemplo, ¿la seguridad cibernétic­a del próximo PREP está a prueba de intromisio­nes y manipulaci­ones electrónic­as?

Más que la candorosa vacilada del Manuelovic­h, necesitamo­s tener la seguridad plena de que la próxima elección mexicana resistirá todo tipo de ataques cibernétic­os rusos, pero también chinos, estadunide­nses y hasta mexicanos, porque el espionaje y el contraespi­onaje electrónic­os no tienen nacionalid­ad… ni abuela. M

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