Desde Rusia con candor
Cuando el vocero de la campaña del PRI, Javier Lo- zano, advirtió del presunto apoyo ruso a AMLO y lo llamó Manuelovich, sonó a chunga, a vacilada y a un candoroso regalo propagandístico que nadie esperaba.
Pero cuando el secretario de Estado estadunidense, Rex Tillerson, en visita oficial a México advierte “que nosotros sabemos que Rusia tiene tentáculos en diferentes elecciones en el mundo, lo hemos escuchado de nuestros colegas europeos, y mi consejo para México es: presten atención a lo que está sucediendo”, la advertencia cambia de tono y humor. No porque sea cierta la injerencia rusa, sino porque está demostrado históricamente que después de una percepción basada en una mala información, generalmente sobreviene una intromisión real.
Sobran ejemplos de cómo los gobiernos republicanos diseñan “injerencias preventivas” en otros países, con base en información de inteligencia errónea. La más catastrófica y costosa fue la guerra en el Golfo Pérsico, donde el gobierno de George W. Bush desató una ofensiva para neutralizar “armas de destrucción masiva” que nunca se encontraron. En cambio, lo que sí dejó esa guerra fue una injerencia mayor en la producción y regulación del mercado petrolero en Medio Oriente.
La advertencia de Tillerson está precedida de otras denuncias similares en Europa. En Francia, en el contexto de las elecciones presidenciales del año pasado, el canciller Jean-Marc Ayrault, denunció sendos intentos del gobierno de Moscú para desestabilizar las campañas de los candidatos que cuestionaban las posturas de Vladímir Putin sobre terrorismo e integración europea, mientras que el ministro de relaciones exteriores de Gran Bretaña, Boris Johnson, en diciembre pasado denunció que “existían muchas pruebas de la injerencia rusa en los procesos electorales en Estados Unidos, Alemania, Francia y Dinamarca”.
¿En qué consiste la intervención rusa con fines electorales? Básicamente en cinco acciones: hackear correos y cuentas personales de los candidatos contrarias a los intereses del gobierno ruso (el caso de Hillary Clinton); ciberataques masivos a las páginas de los candidatos, partidos e instituciones gubernamentales antirusas (Francia); intervenir las comunicaciones telefónicas y redes de los aspirantes con mayores posibilidades de triunfo (Alemania); difundir masivamente el contenido de comunicaciones sensibles a través de cuentas hechizas de Facebook, Twitter e Instagram (en Nueva Zelanda se tiene el mayor registro de cuentas de este tipo); polarizar y exacerbar a la opinión pública con temas de interés ciudadano inmediato (Cataluña).
El antídoto contra estas tentaciones y “tentáculos” es el mismo que se adopta para evitar el espionaje y el contraespionaje en la era de internet: reforzar los sistemas de seguridad de las telecomunicaciones; proteger los servidores, sitios y redes que usan los candidatos, los partidos y los gobiernos; blindar las comunicaciones personales e institucionales. Es lo que hicieron Gran Bretaña y Francia.
Este es el tipo de seguridad, protección y blindaje que necesita la próxima elección mexicana, no solo ofrecer seguridad física personal a los candidatos. ¿Estamos haciendo la tarea? Por ejemplo, ¿la seguridad cibernética del próximo PREP está a prueba de intromisiones y manipulaciones electrónicas?
Más que la candorosa vacilada del Manuelovich, necesitamos tener la seguridad plena de que la próxima elección mexicana resistirá todo tipo de ataques cibernéticos rusos, pero también chinos, estadunidenses y hasta mexicanos, porque el espionaje y el contraespionaje electrónicos no tienen nacionalidad… ni abuela. M