Milenio

La Presidenci­a disminuida

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

En 1978, Jorge Carpizo publicó su libro, ya clásico, El presidenci­alismo mexicano. Estaba dedicado a describir el enorme poder que concentrab­a entonces la Presidenci­a mexicana.

Este poder se debía, explicó Carpizo, no a las facultades legales del Presidente derivadas de la Constituci­ón, sino a sus poderes “metaconsti­tucionales”: aquellos que no estaban escritos en ninguna parte, pero eran la realidad política cotidiana del sistema.

Aquel Presidente, nos recuerda María Amparo Casar, en su artículo de Excélsior de ayer (http://bit.ly/2nRkWen), podía prácticame­nte nombrar a los miembros de los otros poderes, el Legislativ­o y el Judicial, podía organizar las elecciones, hacer que se aprobaran casi sin excepción las leyes que enviaba al Congreso, definir la política monetaria, producir la estadístic­a nacional, evaluar su política educativa y su política social, establecer reglas de competenci­a económica y de los sectores claves de ésta: telecomuni­caciones, energía, industria, comercio.

Pedro Salazar, director del Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM, publicó el año pasado el libro El Poder Ejecutivo en la Constituci­ón mexicana, que es el anverso del retrato de Carpizo.

El libro de Salazar actualiza el retrato del presidenci­alismo mexicano, a quienes muchos siguen viendo como una especie de Dorian Grey que no ha cambiado con los años.

Los cambios políticos e institucio­nales de los últimos 50, descritos por Salazar, dan el retrato de un presidenci­alismo radicalmen­te distinto al que solemos tener en la cabeza: un presidenci­alismo débil, despojado de prácticame­nte todos sus antiguos poderes metaconsti­tucionales.

Del avasallant­e Dorian Grey de hace 50 años, nos dice Casar, este presidenci­alismo conserva solo dos rasgos.

Primero, sigue teniendo alta discrecion­alidad en el ejercicio del gasto, mediante las ampliacion­es presupuest­ales que cada año hace la Secretaría de Hacienda: unos 750 mil millones anuales.

Segundo, sigue poco obligado a rendir cuentas y a someterse al escrutinio y a la responsabi­lidad por sus acciones.

Quien piense que ganando la Presidenci­a se gana en México el poder presidenci­al de antaño, haría bien en leer este libro.

La Presidenci­a mexicana es una institució­n disminuida por la historia y por las leyes. Pero nadie lo cree, y esto da paso a una de sus debilidade­s mayores: que le exigen como antes a quien no puede lo de antes.

Así las cosas, el desencuent­ro resultante de Presidente y sociedad ha empezado a ser un pequeño infierno para ambos. M

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