Meade, el #YoMero, y sus cuates arios del PRI…
La semana pasada comencé a echar un vistazo a los precandidatos presidenciales. Le tocó primero a Andrés Manuel López Obrador (“Andrés Manuelovich, sus rusos y su pejestroika”: http://www.milenio.com/firmas/juan_pablo_ becerra-acosta/amlo-progresista-fobias-matrimonio_igualitariopalacio_nacional_18_1116668333.html). Me ocupo ahora del abanderado del PRI, José Antonio Meade. La idea es desmenuzar algunas cosas que pueden provocar la derrota de cada uno de ellos en la elección presidencial…
Conocí a Meade hace un par de semanas, invitado yo a una comida en la que había una docena de comensales. Como reportero lo había visto varias veces, pero fue la primera que tuve largo tiempo (poco más de dos horas) para escucharlo, observarlo, e intercambiar algunos puntos de vista con él. E incluso debatir sobre temas de inseguridad. No analizo aquí su desempeño como funcionario, que ya es de sobra conocido: la mayoría tiene opiniones exultantes sobre él y otros le critican decisiones gubernamentales que consideran erradas. Expongo algunos aspectos que vi sobre su personalidad, con la subjetividad que implica un encuentro así. Mis impresiones fueron que:
—Habla bien. Exhibe conocimiento de variados asuntos importantes para el país. No se amilana ante las críticas y revira. Refuta civilizadamente, sin intolerancias. Evade poco. Tiene humor. Parece convencido de lo que hace. Refleja seguridad.
—Tiene dos grandes problemas. Uno, que todo lo que sea positivo en él como persona no es transferido hacia su personaje. El José Antonio de la mesa es interesante. El aspirante Meade no funciona. Su mejor momento en la precampaña fue trivial, pero muy eficaz: ocurrió cuando tuiteó eso de #YoMero para Presidente. Nada más. Cuando un actor interpreta un papel se lo crees o no. La interpretación de Meade como abanderado no es verosímil. Esto es un asunto de emociones, como estar en un museo ante un cuadro, en el cine o escuchando una canción. Te llega o no te llega. Así es la mercadotecnia política. Meade no llega. No se la crees. Dirían los gringos que no se ve presidencial. Su conflicto es peor: no se ve candidato, se le siente impostado. Ni modo: a veces uno se sabe muy bien las letras de una canción o es erudito en poesía, pero como se te ocurra cantar o recitar en público… se hace un tremendo silencio y la estridulación de grillos ocupa el espacio.
Si el José Antonio no se convierte pronto en el #YoMero, no veo que pueda salir del tercer lugar en el que Anaya lo ha empezado a aplastar (ese es otro problema: noté que él y su equipo menosprecian y subestiman al panista; por tanto, no lo entienden y no tendrán manera de vencerlo si no rectifican y lo siguen combatiendo a periodicazos, que para acabarla de fregar, para ellos, resultan desmentidos o carecen de punch).
—Su segundo problema es la marca PRI. No hay cómo vender esa marca hoy. Lo saben porque han visto las mediciones: la caída del producto es abismal. En estos tiempos la etiqueta PRI está, por méritos propios, íntimamente ligada a la corrupción, los conflictos de interés, los excesos, el cinismo y la impunidad, tal como ocurrió en tiempos de Roberto Madrazo (tercer lugar, 2006). Si el PRI (sin Meade) pasa de los 20 puntos, será un logro.
Y luego, con sus amigos arios del PRI, que tienen estultas y racistas ideas (¿homofóbicas y sexistas también?), como la de llamar “prietos” a los que desertan a Morena y decir que “ya no aprietan”, están perdidos. E insisten, también con tufos racistas, en eso de “López”, en un país de… López. Y de Ochoas… morenos. Pero no entienden… que no entienden.