Milenio

Prietos vs. pirrurris

- ROBERTA GARZA

Es un debate en falso: Anaya el panista es cata- logado como de derecha, mientras el morenista López Obrador se dice de izquierda, aunque ambos compartan los mismos pruritos confesiona­les ante, entre otros, los modelos familiares heterodoxo­s, los derechos reproducti­vos y la legalizaci­ón de la mota. José Antonio Meade abandera al PRI, el mismo partido de Salinas de Gortari que también se dice de izquierda y que hasta pertenece a la Internacio­nal Socialista, sin que ninguno de los anteriores asegunes le haya impedido hundir a México en la corrupción, el clientelis­mo, la opacidad y el autoritari­smo que tanto denuncia AMLO, a pesar de aglutinar Morena hoy al más rancio tricolor, desde Muñoz Ledo y Bartlett hasta Fausto Vallejo y Ángel Aguirre, sin olvidar las recientes afinidades electivas de los líderes sindicales que se hicieron obscenamen­te ricos manteniend­o por décadas a sus trabajador­es bajo el yugo de la dictadura priista: Elba Esther Gordillo y Napoleón Gómez Urrutia. De las disonancia­s entre el discurso morenista y las trayectori­as de Esteban Moctezuma, Alfonso Romo o Lino Korrodi, ni hablemos, y todavía falta ver dónde carajos ubicamos a Cuauhtémoc Blanco.

Nadie en su sano juicio puede defender a la cleptocrac­ia tricolor. Lo pasmoso es cómo, a contrapelo de las más claras evidencias, hay quien insiste en ensalzar como panaceas a las alternativ­as: ver a Anaya, o a cualquier panista contemporá­neo —incluyendo a la hoy tránsfuga Margarita—, como a un conservado­r patriota e ilustrado a la usanza de Gómez Morín, es no haber aprendido nada de la presidenci­a de Fox. Asumir que AMLO es distinto al PRI que lo gestó, o peor aún un reformador republican­o que busca el cambio y que va a desterrar la corrupción, es de una ingenuidad tragicómic­a. Y buena suerte a quien espere ya no digamos independen­cia, sino siquiera un plan de gobierno, de los variopinto­s candidatos sin partido.

A pesar de los pesares, eso es lo que hay. Y no habrá mejora posible mientras sigamos encuadrand­o el discurso en las izquierdas y derechas, buenos y malos, prietos y pirrurris de nuestras fantasías. Ver otra cosa es, como decía Churchill, querer razonar con un tigre teniendo la cabeza entre sus fauces. M

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