Prietos vs. pirrurris
Es un debate en falso: Anaya el panista es cata- logado como de derecha, mientras el morenista López Obrador se dice de izquierda, aunque ambos compartan los mismos pruritos confesionales ante, entre otros, los modelos familiares heterodoxos, los derechos reproductivos y la legalización de la mota. José Antonio Meade abandera al PRI, el mismo partido de Salinas de Gortari que también se dice de izquierda y que hasta pertenece a la Internacional Socialista, sin que ninguno de los anteriores asegunes le haya impedido hundir a México en la corrupción, el clientelismo, la opacidad y el autoritarismo que tanto denuncia AMLO, a pesar de aglutinar Morena hoy al más rancio tricolor, desde Muñoz Ledo y Bartlett hasta Fausto Vallejo y Ángel Aguirre, sin olvidar las recientes afinidades electivas de los líderes sindicales que se hicieron obscenamente ricos manteniendo por décadas a sus trabajadores bajo el yugo de la dictadura priista: Elba Esther Gordillo y Napoleón Gómez Urrutia. De las disonancias entre el discurso morenista y las trayectorias de Esteban Moctezuma, Alfonso Romo o Lino Korrodi, ni hablemos, y todavía falta ver dónde carajos ubicamos a Cuauhtémoc Blanco.
Nadie en su sano juicio puede defender a la cleptocracia tricolor. Lo pasmoso es cómo, a contrapelo de las más claras evidencias, hay quien insiste en ensalzar como panaceas a las alternativas: ver a Anaya, o a cualquier panista contemporáneo —incluyendo a la hoy tránsfuga Margarita—, como a un conservador patriota e ilustrado a la usanza de Gómez Morín, es no haber aprendido nada de la presidencia de Fox. Asumir que AMLO es distinto al PRI que lo gestó, o peor aún un reformador republicano que busca el cambio y que va a desterrar la corrupción, es de una ingenuidad tragicómica. Y buena suerte a quien espere ya no digamos independencia, sino siquiera un plan de gobierno, de los variopintos candidatos sin partido.
A pesar de los pesares, eso es lo que hay. Y no habrá mejora posible mientras sigamos encuadrando el discurso en las izquierdas y derechas, buenos y malos, prietos y pirrurris de nuestras fantasías. Ver otra cosa es, como decía Churchill, querer razonar con un tigre teniendo la cabeza entre sus fauces. M