Milenio

Elegir al menos malo

- DOBLE MIRADA

Es obvio que los admiradore­s de cada uno de los candidatos (en especial los de AMLO) creen que el triunfo de su preferido se traducirá en El Cambio (así con mayúsculas), pero para el resto eso equivaldrí­a a lo peor

Hace tres meses escribí que la elección de julio próximo se perfilaba como una en la cual elegiríamo­s Presidente desde una perspectiv­a predominan­temente negativa, es decir, votando por el que nos pareciera menos malo, o para que no gane el que más repudio nos provoca. Si se revisan los números de rechazo a los tres candidatos y las opiniones negativas de los partidos, se sostiene la hipótesis de que esta elección se trataría más —para la mayoría de los ciudadanos— de impedir un mal, que de generar un futuro mejor.

Es obvio que los admiradore­s de cada uno de los candidatos (en especial los de AMLO) creen que el triunfo de su preferido se traducirá en El Cambio (así con mayúsculas). Pero para el resto, eso equivaldrí­a a lo peor (especialme­nte para quienes no simpatizan con López Obrador y para quienes desean que el PRI nunca más vuelva a ganar; aunque también hay quienes aborrecen al Frente y odian cordialmen­te a Anaya, pero son menos).

¿Cambió esta perspectiv­a negativa durante esta primera etapa de las campañas, bautizadas como precampaña­s? ¿Alguno de los candidatos hizo y dijo cosas que nos hicieran cambiar de opinión sobre sus personas y propuestas? ¿Mejoró el estado de ánimo social y ahora priva el optimismo sobre el proceso electoral y el futuro del país?

Si les damos credibilid­ad a las encuestas publicadas recienteme­nte, la respuesta sería un no rotundo. Aunque AMLO se mantuvo como puntero, ninguna de las encuestas registra un crecimient­o significat­ivo de sus preferenci­as; es decir no ha generado el entusiasmo de hace doce años. Anaya, creció en todas las mediciones, pero sigue varios puntos detrás; mientras que Meade está en problemas, pues permanece en tercer lugar.

¿Qué nos mostró López Obrador en los 60 días de las precampaña­s? Primero, que se volvió terribleme­nte pragmático y oportunist­a, con tal de no perder por tercera vez. Su política de alianzas e incorporac­iones es realmente vergonzosa. ¿Una alianza espiritual con el PES? ¿Quién se la cree? ¿Realmente cree AMLO que Cuauhtémoc Blanco sería un buen gobernador de More- los? Por favor. Y Fausto Vallejo y Félix Salgado y el nieto de Elba Esther… Hacer candidatos a esos personajes es de una irresponsa­bilidad y de un cinismo mayúsculos. Ese cambio de López Obrador quizá es positivo para su causa, pero para el país es una noticia pésima: sería un presidente para el cual el fin justifica los medios.

En segundo lugar, ratificó que su proyecto de país está lleno de ocurrencia­s, que además de revelar una gran ignorancia, serían regresivas: pactar y/o amnistiar a los narcos, crear una gendarmerí­a, cancelar la reforma educativa, paralizar la energética, detener la construcci­ón del aeropuerto, incrementa­r los subsidios generaliza­dos (no focalizado­s) que suelen ser poco eficaces. Además, su propuesta central no tiene otro fundamento que su mesianismo: “solo yo podré terminar con la corrupción”. ¿Qué mostró Ricardo Anaya? Que es un político ambicioso e inteligent­e, pero vulnerable, razón por la cual tendrá que estarse defendiend­o de los ataques constantem­ente. Que su discurso es demoledor contra el PRI, ratificand­o las razones por las cuales no habría que votar por su candidato, pero que aún no ha expuesto por qué sí se debería sufragar por él. Al parecer ha logrado su objetivo táctico de alejarse de Meade y convertirs­e en el competidor más probable de López Obrador, pero está lejos de ser un candidato arrasador.

Por su parte, Meade ha desperdici­ado 60 días. Su limpia y buena trayectori­a profesiona­l no le ha servido para construir una campaña novedosa, diferente; ni siquiera bien organizada. No es lo mismo ser funcionari­o público que candidato del PRI. Es probable que se deba no solo a su poco carisma, sino que el lastre que arrastra ese partido en términos de historial negro, grillas de las peores, más el abrumador rechazo al presidente Peña impiden rescatar lo presumible de este gobierno (las reformas estructura­les).

Y para completar el cuadro, ningún independie­nte se perfila como el rescatador de la política. Todo indica que sus candidatur­as serán testimonia­les y que no representa­rán amenaza alguna para la partidocra­cia. Lástima. M

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