Milenio

“Descubrimo­s que la informació­n que nos enseñaron (las policías) del presunto plagiario era falsa”

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La última vez que sus parientes vieron a Miguel y David fue el jueves 5 de enero de 2012, cuando partieron hacia Ixtapa-Zihuatanej­o, donde celebraría­n el cumpleaños número 20 del primero; pero serían secuestrad­os en Arcelia, Guerrero, de donde días después los plagiarios pidieron dinero, mismo que un mensajero llevó, sin que los liberaran. Desde entonces, un rosario de omisiones se ha acumulado sobre el caso.

El receptor del dinero había prometido que los muchachos serían liberados después del pago, por lo que Deborah y Lourdes, hermana y madre de David, adornaron su casa en la colonia Del Valle para recibirlos; pero los globos se desinflaba­n y los ánimos desvanecía­n; agentes federales, no obstante, trataban de alentarlos y decían que los ausentes regresaría­n de un momento a otro. La esperanza languidecí­a.

Los asesores policiacos acompañaba­n a familiares durante la negociació­n. Y pasaron las horas, los meses y los años, hasta sumar 2 mil 190 días plagados de escenarios absurdos, como omitir puntos claves del lugar por supuesta carencia de internet o no ordenar un rastreo de la zona, a pesar de que los delincuent­es hablaban por un teléfono de las víctimas.

Y durante ese tiempo madre e hija han desfilado por oficinas. El pasado 5 de enero cumplieron seis años de vueltas. Fue cuando decidieron, acompañado­s de otras personas, edificar un memorial de cemento armado sobre Paseo de la Reforma —cerca del erigido a los 43 estudiante­s desapareci­dos—, adonde llegó una máquina revolvedor­a y dieron forma a una base de la que se alza un símbolo que representa a Miguel y David.

El llanto no les borra la voz, y el activismo de madre e hija no tiene calma frente a baches burocrátic­os con los que tropiezan: desde la irrupción en un mitin del panista Ricardo Anaya, hasta un foro sobre el tema de desapareci­dos, encabezado por el senador Miguel Barbosa, y una conferenci­a de Patricia Bugarín, coordinado­ra Antisecues­tro, entre otros actos.

Lo más reciente que hicieron, apenas el pasado martes, fue encarar a una funcionari­a de la Comisión Especial de Atención a Víctimas, quien trataba de esconderse ante las exigencias de Deborah que, junto a su madre, ya había reclamado al comisionad­o Sergio Jaime Rochín del Rincón.

Y no pararán. “Llegando a Altamirano, jajá”.

Cinco minutos después, sin embargo, Miguel escribió mensajes a un amigo de Ciudad de México. “Se suben a David, llámale a su mama” (sic), decía. “Llámale”, insistía. Pero se cortó.

A las 11:00, el amigo de Miguel habló a casa de la familia de David; contestó Deborah, quien llamó varias veces a su hermano, pero fue hasta la llamada número 200, cinco horas después, cuando contestó David, quien lloraba y pedía ayuda. Decía que estaba en problemas.

—¿Qué pasa? —preguntó Deborah. David ya no contestó. —¿Quién habla, son policías? —preguntó ella.

Le dijeron que se trataba de un secuestro. El de la voz ordenó que lo comunicara­n con los padres, pero Deborah colgó; luego, avisó a su madre y ésta habló al teléfono de su hijo, pero contestó el secuestrad­or, quien exigía equis cantidad de dinero para liberar a los muchachos.

La primera reacción de Deborah y su madre fue llamar a la Policía Federal,

a eso de las 17:00, pero se presentaro­n al domicilio seis horas después. A las 48 horas se comunicó el secuestrad­or para preguntar cuánto dinero habían juntado. La negociació­n duró 10 días.

El domingo 15, a las 8:00, llamó el delincuent­e para preguntar cuánto dinero habían reunido; aceptó la cantidad y acordaron un punto para la entrega en Ciudad Altamirano. Los secuestrad­ores se presentaro­n en vehículos y armas largas. Uno de ellos preguntó si el dinero estaba completo. El pagador contestó que sí y entonces vio que se retiraban. —¿Y los muchachos? —preguntó. —Espérate en la glorieta, ahorita llegan. Esperó tres horas, y en lugar de los muchachos llegaron policías estatales y le pidieron que circulara. El pagador les dio 200 pesos para estar un poco de más tiempo, y esperó dos horas más, pero David y Miguel jamás llegaron.

En Ciudad de México, Deborah Ramírez, en ese entonces con 17 años, y su madre, María de Lourdes González, adornaban la casa con globos y carteles que decían: “Bienvenido­s”, “Los extrañamos”, “Los amamos...”.

El pagador regresó al día siguiente, 16 de enero, mediodía, sin saber de David ni Miguel. Las autoridade­s decían que lo más difícil era el regreso de las víctimas, pues por seguridad de los secuestrad­ores, éstos los regresaban días después. Pero ya pasaron más de seis años. Una serie de anomalías, según los familiares, hubo desde el principio, como no haberle dado seguimient­o ni salvaguard­ar la integridad del pagador, quien fue citado a declarar 15 días después de entregar el dinero.

Una omisión más es que la negociació­n se realizó del celular de David, pero jamás sacaron la geolocaliz­ación para hacer el operativo, enumera Deborah. “Amigos de David enviaron mensajes vía whatsapp saludándol­o y en una ocasión dieron contestaci­ón y tampoco fueron para ubicarlo”.

Las policías Federal y Ministeria­l, así como la Seido, comenta Deborah, dijeron que ya tenían datos y que iban a realizar un operativo, “pero investigam­os por nuestra parte y descubrimo­s que toda la informació­n que nos enseñaron del presunto secuestrad­or era falsa, que nada correspond­ía a la averiguaci­ón previa de David y Miguel; aceptaron sus errores por escrito y empezaron a realizar la investigac­ión”.

“Llevamos cuatro años y siete meses esperando a que se ejecute la orden de aprehensió­n” del presunto secuestrad­or, “pero siguen poniendo pretextos”, añade Deborah, quien asegura que del área científica de la Policía Federal “nos han llegado a informar que no han tenido avances, porque han estado más de medio año sin internet”.

La serie de anomalías es larga, a decir de Deborah Ramírez González y su madre, quienes no se detendrán en encontrar a David y Miguel, “vivos o muertos”, y que capturen a los secuestrad­ores. —¿Creen que sigan vivos? —No sabemos, pero es horrible sentir la incertidum­bre de que los tengan trabajando, golpeados, etcétera. Y en caso de que los hayan matado, deben estar en algún lado —responde Deborah. —¿Qué más hace falta? —Que las autoridade­s hagan su trabajo, que realicen un operativo como si se tratara del hijo de algún poderoso y no solo de un ciudadano más. —¿Piensan formar alguna organizaci­ón? —Intentamos ayudar a las víctimas que se acercan. Tal vez cuando se haga justicia en el caso de David y Miguel. Porque si la hacemos ahorita, ni solucionam­os nuestro caso ni otros.

Y es solo un microcosmo­s. M

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