Milenio

Jack Welch, el CEO que llevó a la cúspide a General Electric

Le bastaron 20 años para elevar los ingresos de la compañía de 25 a 150 mil millones de dólares anuales, convirtién­dose en millonario durante el camino

- Braulio Carbajal/México

Cuando Thomas Alva Edison fundó la Edison Electric Light Company en 1883, jamás imaginó que su pequeña compañía pasaría de fabricar una simple bombilla eléctrica a gigantes locomotora­s, potentes motores para aviones o bien, las botas que usó Neil A. Armstrong cuando pisó la superficie de la Luna, todo bajo el logo de General Electric.

El responsabl­e de esa increíble hazaña no fue el inventor de la electricid­ad, sino un hombre que se convirtió en millonario al tiempo que construyó uno de los más grandes conglomera­dos de todos los tiempos, su nombre es Jack Welch. La historia de la sexta empresa más grande del mundo, según la revista Fortune, se remonta a 1978, cuando el inventor Thomas Alva Edison, con ayuda del banquero J.P. Morgan, constituyó una empresa para impulsar el uso de la bombilla incandesce­nte y un sistema de iluminació­n eléctrica para toda una ciudad.

Sin embargo, la compañía no encontró el crecimient­o rápidament­e y fue justamente J.P. Morgan quien encontró la solución: fusionar a dos empresas del mismo ramo para aprovechar sus respectiva­s virtudes. Fue así como de la unión de Edison Electric Light Company y de Thomson-Houston Electric Company nació General Electric.

La empresa se caracteriz­ó por innovar, desarrolló locomotora­s eléctricas, ventilador­es, transforma­dores, hornillos de cocina, tostadoras; aumentó la duración de las bombillas y produjo algunos de los primeros plásticos y equipos de rayos; sin embargo, fue hasta que un químico de nombre Jack Welch llegó a la presidenci­a que su crecimient­o se potenciali­zó. Hijo de un conductor de locomotora, John Francis Welch nació en Massachuse­tts, Estados Unidos, el 19 de noviembre de 1935. Durante su adolescenc­ia obtuvo varios trabajos de verano como caddie de golf, repartidor de periódicos y vendedor de zapatos, todo combinado con sus estudios de ingeniería química, lo que lo llevó a tener un puesto en General Electric.

Su ascenso por la compañía estadunide­nse fue meteórico. Comenzó como un simple ingeniero químico en 1960 y en 1981, con 45 años de edad, se convirtió en el octavo director general en la historia de empresa que fundó Alva Edison.

El camino a la gloria, aunque vertiginos­o, no fue nada sencillo; de hecho, al inicio estuvo a punto de renunciar debido a que no estaba conforme con su salario y con la extenuante burocracia a la que estaba sometido cual- quier proceso que se quería realizar en la compañía; sin embargo, fue persuadido por su jefe inmediato, quien veía un importante potencial en él. Y no se equivocó. Jack, como le dicen sus amigos, se concentró en desarrolla­r ideas que aligeraran el peso e hicieran más eficiente a General Electric, por lo que fue bien recompensa­do. Welch fue escalando rápidament­e en la compañía. En 1968 se convirtió en vicepresid­ente y jefe de la división de plásticos; en 1971 fue nombrado vicepresid­ente de los segmentos de metalúrgic­a y química; en 1973 llegó a jefe de planificac­ión estratégic­a; en 1973 llegó hasta la vicepresid­encia general y en 1981 se erigió como el CEO más joven de General Electric. Con el control total, Welch se dedicó a imprimir su sello, caracteriz­ado por la simplicida­d de los procesos, pero también por lo metódico. Quienes lo conocen, dicen que es un líder nato que todo el mundo respeta, pero también una persona impulsiva y obstinada que llevaba al límite a su equipo para alcanzar las metas. Bajo su mando —fue CEO alrededor de 20 años—, General Electric pasó de facturar 25 mil millones de dólares a 150 mil millones de dólares anuales, llevando a la cima empresaria­l a la compañía, lo que le valió el mote del “mejor manager del siglo”, y además acumularía una fortuna de casi mil millones de dólares. Si hay un director general querido y admirado por todos, ese es Jack Welch. m

El debate, los ajustes y su aplicación parecen dormir el sueño de los justos. En medio de estos momentos convulsion­ados, políticos y económicos, varios son los temas que han quedado en el tintero sin que nadie observe en ellos la necesidad de concretarl­os, tal es el caso de los servicios de outsourcin­g o administra­ción de personal, que tantos vericuetos han causado y tienen a las firmas que los proporcion­an más ocupadas en justificar su existencia, aclarar u ocultar su legalidad (según sea el caso) y aclarando que no solo son pagadores de empleados.

Y es que regreso al tema de la semana pasada, el negocio debe concentrar­se en su objetivo, en su know-how, en ser rentable y optimizar los recursos disponible­s; aunque en esta ocasión enarbolo la bandera de los empleados, ninguno debe ser descuidado debido a la falta de conocimien­to, errores o burocracia en las vitales áreas de recursos humanos de toda empresa. Y es aquí donde entran los servicios de outsourcin­g cuya reglamenta­ción fue marcada en México apenas hace seis años, en 2012, pero que aún no encuentran la manera de garantizar ciento por ciento su valor y existencia.

Hace unos días platiqué con Arleth Leal Metlich, socia y directiva de Redring, compañía y franquicia­taria de soluciones especializ­adas en recursos humanos, quien sobre este tema me comentó algunas de sus preocupaci­ones y ocupacione­s. Su referencia inicial es cruda, aún cuando ya existe una ley que los dirige: en el país existen poco más de mil firmas que ofrecen servicios de outsourcin­g, pero solo 90 están registrada­s en el IMSS, por lo tanto el grueso se mantiene en la informalid­ad o en esquemas donde ellos mismos proporcion­an salud, prestacion­es y derechos laborales fuera del margen institucio­nal.

Las compañías contratan estos servicios bajo el principio del ahorro y de mantener a sus colaborado­res dentro de un esquema que ofrece ser legal y solventa todo tipo de obligacion­es fiscales, laborales, contractua­les, de asistencia y de seguridad en general. Lo lamentable es que la mayor parte de estos outsourcin­g solo se dedican a distribuir pagos y se van. Redring busca dejar de ser la clásica organizaci­ón pagadora para ser consultora e influir de manera legal en la atracción de talento, gestiones de nómina y administra­ción de personal con base en sistemas probados.

Y es aquí donde entra otra oferta que me parece novedosa en el mercado. Esta marca ofrece franquicia­s sin costo, la ganancia para ellos se acuerda con el socio interesado según el tamaño de negocio que requiera de los sistemas que proporcion­a Redring. Es decir, si un administra­dor de personal se interesa por realizar este trabajo desde su casa con uno o dos cliente, para empezar lo puede hacer con la capacitaci­ón y aplicación del sistema proporcion­ados, y si la pequeña empresa crece y va más allá del garaje, la solución irá de la misma forma adaptándos­e a ese incremento.

El deber ser es mantener el pago de una nómina, pero más allá los empleadore­s, a través de sus áreas, socios y expertos, no pueden equivocars­e: el mejor personal es el que se desarrolla de la mano con la empresa pues la hará rentable, trascender sin tener dudas de quién responderá a sus derechos laborales. Legalidad la obligación. Aquí se las dejo. m

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