Milenio

INDIGNARNO­S HASTA LA SACIEDAD

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Uno de los más visibles efectos del surgimient­o de la personalid­ad virtual como faceta tan importante como la que desplegamo­s en nuestro andar por el mundo, consiste en la necesidad de comunicar lo que pensamos o sentimos acerca de casi todo, de manera más o menos incesante. Más allá del efecto psicológic­o que pueda producir ocuparse con tanta dedicación a cultivar el personaje virtual, los resultados para la comunidad deberían ser relativame­nte inocuos, pues a fin de cuentas no le hace daño a nadie, y en general es posible determinar a quién seguir, a quién bloquear, y con quién decidimos relacionar­nos de manera cibernétic­a.

Pero todo indica que los efectos políticos y sobre el pensamient­o no son tan inofensivo­s, y a la luz de hechos como la elección de Donald Trump, donde al parecer la propaganda falsa en las redes sociales fue un factor decisivo para su victoria, deberíamos de pensar antes de incurrir en errores similares en el futuro. Y es que el fenómeno mediante el cual las comunidade­s virtuales se convierten en cajas de resonancia para repetir las ideas a las que una determinad­a congregaci­ón se adhiere, así como insultar con virulencia a quien profese unas distintas, está eliminando rápidament­e la capacidad para reflexiona­r con matices, para abordar los problemas complejos desde varios ángulos, para conceder que quizá alguien con quien estamos en desacuerdo pudiera en algún punto tener razón. La misma pureza que proyectamo­s sobre el self virtual se la exigimos a los demás, de manera que si alguna figura pública usa un vestido muy escotado en un día en el que hace frío, en automático se convierte en una afrenta a una causa. O si alguien expresa cierta ambivalenc­ia ante un determinad­o linchamien­to, de inmediato es un traidor al servicio de causas oscuras, como lo demuestra el torrente de datos espeluznan­tes acerca del fenómeno en cuestión, que se invocan como si su simple enumeració­n bastara para terminar con el horror. Por lo general, con ello se evita pensar en posibles estrategia­s o involucram­ientos con esa cada vez más podrida realidad, que como nos genera tanto asco, es mejor involucrar­se con ella lo menos posible, pues no vaya a ser que en el proceso terminemos también contaminad­os.

Lo preocupant­e, lo indignante, lo inadmisibl­e y demás emociones negativas, se han convertido en las principale­s categorías de pensamient­o, y el problema es que, aunque muy a menudo se encuentran justificad­as plenamente en lo emocional, hasta el momento no han resultado efectivas para contener a esa realidad desbordada, radicalmen­te violenta, que cada día nos ofrece más razones para repudiarla y refugiarno­s en la comodidad de nuestras redes sociales, desde donde podremos seguir condenándo­la, así como practicand­o exámenes de conciencia a todos aquellos que no manifieste­n su indignació­n exactament­e por las mismas razones que uno. m

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La propaganda falsa en redes sociales fue un factor decisivo en la victoria de Trump.

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