¿Es mucho pedir que tengamos elecciones limpias?
Para quienes crecimos en los 90, la caída del sistema de 1988 fue la historia que escuchamos sobre la versión más corrupta del gobierno, aquella que jamás soltaría el poder por la vía democrática. Dispuesta a sabotear las —nuestras— instituciones con tal de arraigarse para siempre.
En 2000 vivimos la alternancia: un presidente que, de forma pacífica, entregó el poder a la oposición. Una oposición que presumió la llegada de una nueva era, de instituciones y no de hombres. Un futuro en el que 1988 solo sería un mal recuerdo.
En retrospectiva, ésa fue la única elección libre del México moderno. En 2006, el PAN emuló lo peor del PRI y lo hizo a través de las —nuestras— instituciones. Cuando no lo consiguió, utilizó la Presidencia misma para intervenir, al grado de que el Tribunal Electoral, al calificar la elección, determinó que Vicente Fox la había puesto en peligro.
En 2012, la cargada vino desde la prensa, institución privada cuyo objetivo debe ser el bien público. La equidad fue sepultada por publirreportajes.
Ahora, por tercera ocasión consecutiva, vemos el uso faccioso de las —nuestras— instituciones. No sabemos si Ricardo Anaya es culpable o no, pero los indicios ahí están para averiguarlo. En una democracia funcional esto sería hasta motivo de celebración: la justicia investiga a todos sin distingos.
El problema radica en el obvio tinte político de la investigación. Y en que hay muchos otros casos —y mucho más severos— que merecen igual o mayor atención por parte de la Procuraduría General de la República.
En octubre del año pasado, el procurador saliente declaró que los resultados sobre la investigación de Odebrecht, que involucra a Emilio Lozoya, parte del círculo cercano del Presidente, estaban listos. Fue lo último que supimos del tema. Sobre los desvíos multimillonarios desde Sedesol y Sedatu, silencio. La única celeridad —inusitada en México— es tras los pasos de Anaya, segundo lugar en las encuestas.
Tres décadas desde la caída del sistema y no hemos aprendido nada. M