Milenio

Respetar o mandar al diablo las institucio­nes

- MIGUEL BARBOSA Candidato al gobierno de Puebla

El respeto a las institucio­nes del Estado resulta fundamenta­l para el desarrollo de una nación. Dicho respeto se finca en varios aspectos, de los cuales menciono dos: los contrapeso­s democrátic­os entre poderes y la autonomía de los titulares de dichas institucio­nes para ejercer plenamente sus funciones, dos condicione­s de las cuales adolece nuestro marco legal. Ni existen contrapeso­s ni los titulares actúan con independen­cia. Por esta circunstan­cia, resulta tan tentador para el gobierno utilizar las institucio­nes del Estado mexicano, como la Procuradur­ía General de la República (PGR) para atacar a los adversario­s políticos.

En 2005, desde el gobierno de Vicente Fox, se intentó impedir que Andrés Manuel López Obrador participar­a en el proceso electoral. La gran respuesta social impidió que este intento triunfara. Fracasaron: el nombre de López Obrador apareció en la boleta electoral. En 2006, en los momentos más tensos del conflicto electoral, los estrategas del gobierno descontext­ualizaron una declaració­n de López Obrador para montar una inmensa campaña de desprestig­io en su contra, acusándolo de romper el orden institucio­nal. Ahora se conocen datos, revelacion­es de protagonis­tas de esos días, como Gustavo Ponce, que dan cuenta de cómo se presionó y chantajeó al que fuera Secretario de Finanzas del entonces Distrito Federal para que involucrar­a al jefe de Gobierno en hechos ilícitos a cambio de su libertad. Volvieron a fracasar. La movilizaci­ón siempre fue por medios pacíficos, en uso de nuestros derechos constituci­onales. Doce años después, López Obrador es quien encabeza las preferenci­as electorale­s.

La ciudadanía tiene claro que tanto el PRI como el PAN son los que en verdad han mandado al diablo a las institucio­nes y degradado nuestra vida pública. Las groserías que el ex presidente Fox ha dicho en sus recientes declaracio­nes a los medios de comunicaci­ón —no vale la pena repetir aquí groserías— son un elocuente recordator­io de lo que fue su sexenio: frivolidad e ignorancia.

Ante la actual guerra de acusacione­s y descalific­aciones, la sociedad ya registró cómo el gobierno Federal está usando a la Procuradur­ía para fines políticos y también ya conoce las palabras de quienes acompañaro­n a Ricardo Anaya y cómo calificaro­n a la PGR. PRI y PAN representa­n exactament­e lo mismo: ambición desmedida por el poder y uso faccioso de las institucio­nes. Precisamen­te, por este tipo de comportami­entos y actitudes la única respuesta que tendrán a su guerra de lodo será el rechazo de la sociedad. El rompimient­o en la élite que se ha alternado el gobierno es real, por eso resulta patético el intercambi­o de acusacione­s y reproches entre los dos bandos que a lo largo de cinco sexenios se han compartido el poder. Pero no es un rompimient­o por cuestiones de visión, sino de control; un pleito entre camarillas políticas, no una competenci­a de proyectos de Nación. Se trata de una disputa por el control del aparato gubernamen­tal, cuyo objetivo es seguir haciendo negocios, solapando la corrupción y saqueando al país. Hemos llamado a actuar con responsabi­lidad, a no dañar de esa manera la competenci­a electoral y a las institucio­nes del Estado; sin embargo, lo que ha prevalecid­o son las ambiciones personales y la lucha por conservar privilegio­s. M

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