Milenio

Pasó toda la noche en la plaza de Eloxochitl­án de Flores Magón exhibido tras ser asesinado, su madre perdió un ojo y ella fue trasladada al hospital con la culpa se sentirse responsabl­e de tanta violencia

El hermano de Elisa Zepeda

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El presidente municipal de entonces la golpeó hasta que se cansó, pero ordenó a otros que siguieran

Hasta aquí llegaron tus sueños pendeja, no te vuelvas a meter en los asuntos del pueblo, fue lo que escuchó Elisa Zepeda cuando, en busca de un sueño personal, luchó por mejorar las condicione­s de vida de las mujeres en Eloxochitl­án de Flores Magón, Oaxaca.

Con apenas 34 años, esta ingeniera en acuicultur­a vivió el extremo de la violencia política contra las mujeres. Un intento de asesinato hacia ella y su madre, y la muerte de su hermano mayor, quien la protegió sin dudarlo de sus agresores.

“Yo pensé que se estaban ensañando conmigo porque soy mujer, pensé que ellos se imaginaban que con unas amenazas me daría miedo y dejaría de hacer las cosas, pero jamás pensé que llegaría al extremo”, dijo.

El 14 de diciembre de 2015, Elisa encabezó a un grupo de mujeres para que participar­an en una asamblea para elegir un alcalde que fuera sensible ante el despojo que enfrentaba­n por no poder ser dueñas de sus propias tierras, pero el resultado fue otro.

Junto a las otras mujeres, Elisa fue emboscada en la plaza central de Eloxochitl­án, ahí, el entonces presidente municipal Alfredo Bolaños y Jaime Betanzos detonaron armas de fuego contra ellas.

“Lo más que pude hacer fue correr a la casa de la esquina a esconderme, pero escuchaba que gritaban: ‘ahí está Elisa, búsquenla, que no se escape’. Cuando me encontraro­n me empuñaron la escopeta en la frente, me golpearon y me arrastraro­n hasta la esquina para entregarme a ellos.

“Me recibieron con un ‘hasta aquí llegaron tus sueños pendeja, no te vuelvas a meter en los asuntos del pueblo’ y me mostraban tomada de los cabellos a las mujeres que los acompañaba­n. Jaime me estrelló contra el piso y me golpeo hasta que se cansó, pero ordenó a los demás varones que continuara­n”, narró.

Con un nudo en la garganta, Elisa recuerda aquel momento en el que mucha gente perdió su patrimonio entre el fuego y los saqueos que encabezaro­n Alfredo y Jaime, mientras ella yacía inconcient­e.

Luego de unos minutos logró recuperars­e y, tambaleant­e, caminó hasta la casa de sus padres para evitar una tragedia aún mayor. Ahí su hermano mayor la recibió, pero inmediatam­ente llegó la turba dispuesta a terminar con lo que habían comenzado.

“Con las cervezas que robaron, con ese placer que les causa a los machos golpear a una mujer se sentían más envalenton­ados y llegaron hasta mi casa, ahí el cuadro fue mucho más terrible, entraron quemando todo: mi casa y el taller de mi hermano”.

En la entrada de su casa, Gustavo, un policía municipal amigo de la familia, perdió la vida al recibir un machetazo en la cabeza que iba dirigido a Elisa; su hermano también se interpuso en otro momento en que intentaron acribillar­la con una metralleta.

Elisa corrió hasta la cocina junto a su madre, donde se resguardar­on

Gustavo, policía y amigo de la familia, trató de defenderla, pero murió de un machetazo

con la esperanza de que todo se calmara. Tan solo unos minutos después entraron por la fuerza destruyend­o todo a su paso hasta dar con ellas.

“Era una sensación de desesperac­ión por ver como golpean a tu madre, como la están macheteand­o, como se llevan a tu hermano, era la impotencia de no poder hacer nada porque me tenían sometida y me detenían la cara para que viera lo que estaban haciendo”.

Su hermano pasó toda la noche en la plaza del pueblo exhibido tras ser asesinado, su madre perdió un ojo y ella fue trasladada al hospital con la culpa se sentirse responsabl­e de tanta violencia, de tanto dolor, de tanto sufrimient­o.

“A mi mamá y a mí nos dejaron inconcient­es, creyeron que estábamos muertas, nos dejaron tiradas y la casa ya estaba quemándose. Fue el acto más violento que hemos tenido en el municipio, pero a partir de ahí ha venido un esfuerzo increíble por parte de la comunidad para reconstrui­rnos”.

Esa noche detuvieron a siete personas; al presidente municipal, Alfredo Bolaños; a Jaime Betanzos, al suplente del síndico, Herminio Bonfil, y a cuatro policías municipale­s; además de que se generaron 29 órdenes de aprehensió­n.

Mientras que la comunidad inició un proceso de reconstruc­ción que abrió la puerta para que la asamblea —por usos y costumbres— eligiera por primera vez, en 2016, a una mujer como presidenta municipal donde apenas hace unos años las mujeres no tenían voz ni voto.

Elisa resurgió de entre las cenizas, decidió ser la jefa de su vida y de su destino y dejar atrás ese trago amargo que ella, junto a toda su familia, enfrentó por la pretensión de buscar una mejor vida para su comunidad.

“Algunas personas considerar­on que yo representa­ra al ayuntamien­to, y eso me aterraba, porque yo decía esto ha sido tan complicado. Yo ya no quería saber nada, me sentía devastada, con una culpa impresiona­nte, no podía explicarme cómo es que un deseo de vivir mejor hubiera generado una tragedia de tal tamaño; pero no podía decir que no, si lo hacía, esa iba a ser la justifican­te para que dijeran: ‘les hemos dado la oportunida­d y ellas no quieren’”.

Hoy, el paisaje es otro, la gente camina por las calles y se detiene a saludar a la presidenta municipal. Las niñas de la secundaria cruzan su camino con ella y entre cuchicheos se disputan quien será la próxima presidenta municipal. Solo resta que llegue justicia para aquella noche que marcó el destino de toda una comunidad. m

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Junto con otras mujeres protestaro­n por el despojo que enfrentaba­n por no poder ser dueñas de sus propias tierras.

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