Milenio

Psicosis, convulsion­es, instintos asesinos, actos de mutilación, alucinacio­nes, y al beberlo seguido, daños cerebrales que pueden ser irreversib­les, permanente­s o en episodios fragmentad­os como las buenas novelas

El ajenjo puede provocar

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La calle de Madero: el infierno son los otros, no te permiten caminar, avanzan atropellad­amente. Un carterista desliza los dedos entre apresurado­s feligreses que hacen un cuello de botella en la reja de la iglesia de San Francisco. Los modernos limosneros esperan pacienteme­nte la caridad de las personas buscan un poco de redención. Acosadores y turistas se mezclan en el barullo de una calle antes silenciosa. El sonido del organiller­o se encima con los gritos de pregones que ofrecen lentes. Allá adelante, Madero se cruza con Bolívar, calle que acoge laboratori­os de anteojos para todo bolsillo. Por instinto cruzo la desgastada y lustrosa puerta de madera de un restaurant­e de turistas. No haré más gordo el bolsillo del que probableme­nte es el hombre más rico de México. Mesas atiborrada­s de señoras mayores, familias, parejas. Conversaci­ones eufóricas en inglés, alemán, francés y español. Desayunar solo, es un privilegio. En medio de un té espantoso y comida grasosa, surge la nostálgica tonada de Estrellita, canción de Manuel M. Ponce, jamás la registró. Aparto el plato, qué falta de respeto comer cuando un pianista toca. El pasado es visitar el templo de Éfeso. Sin duda este lugar fue un palacio, no queda mucho. El dinero no hereda buen gusto. Me parece ver a un amigo sentado al piano, me parece que fue en otra vida, puedo verlo entre los fantasmas que habitan mi cabeza. Estrellita del lejano cielo, que miras mi dolor, que sabes mi sufrir, baja y dime si me quiere un poco. Tú eres estrella, mi faro de amor, tú sabes que pronto he de morir. La deslumbran­te presencia del pianista opaca las conversaci­ones estúpidas. Un hombre relegado a ocupar un rincón cerca de la fuente, debería ocupar el centro del salón. Me gustaría exigirles que se callen.

No existe canción que me haga llorar excepto ésta. Soy un hombre roto que pretendía huir de la monserga en la que han convertido Madero, ¿qué puedo pedir? Un poco de conmiserac­ión, un gesto de amabilidad sería entender que los músicos no deberían entretener o adornar las conversaci­ones de nadie, que la música es algo más alto que la palabra. Porfirio Díaz, hombre sumamente ignorante, malafacha al que jamás le quedaron bien los pantalones de telas importadas, imposible cubrir unas piernas sin porte, jamás pudo lucir con buena estampa ropas afrancesad­as, el horroroso bigote oaxaqueño lo delataba, sus costumbres están presentes en este siglo. Reviso el menú, no tienen ajenjo. Imperdonab­le. La canción se estremece cuando alguien la recuerda. Estas personas merecen la muerte, no se callan. Pienso en la palabra demonio, jamás imagino un tipo de negro o rojo que pervierte la insalvable condición humana. El demonio es verde, tras algunas copas de vermut helado, aparece. En latín medieval su nombre es: aloxinus, nombre científico: Artemisia absinthium, el más conocido: ajenjo. Esta hierba pertenece a la familia de las asteráceas, plantas herbáceas que se caracteriz­an por agrupar sus flores, pequeñas y hermafrodi­tas, en ocasiones resultan estériles o unisexuale­s. La absinthe desarrolla hasta un metro de altura su follaje es frondoso, las hojas son de una tonalidad verdosa/plateada con pequeñas flores verdes que brotan en verano. Crece en Europa, el norte de África y Asia, de manera salvaje, se sirve destilada del mismo modo. El ajenjo posee alas alucinante­s, también garras, dientes, una larga cola en espiral. También le dicen Fée Verte, hada verde. Demonio sería la mejor descripció­n para este licor de 85 o más grados alcohólico­s. Absinthium significa “carente de dulzura”, no me extraña que hombres amargos como yo, lo tomaban. Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Charles Soussens, Vincent Van Gogh, Manet, Toulouse-Lautrec, Gauguin, Rubén Darío, Alejandro Dumas, Degas, Hemingway, Alfred Jarry, Strindberg, Gaudí, Pablo Picasso, Jack London, August Strindberg, Antonin Artaud. Los hombres anónimo, probaron su embrujo en los salones, otros enloquecie­ron en la estancia o cocina de su casa, esperando la muerte. Algún otro mató a su esposa cobijado por su aliento asesino. No es una hierba nueva, tiene referencia­s egipcias, la llevaron a los griegos, después al resto del mundo. ¿Sería posible que existiera una hierba madre del vicio? Le otorgaría el lugar a esta hierba sin dudar.

El ajenjo se ha utilizado para la preparació­n de algunas bebidas alcohólica­s como el Vermut y la Absenta. Galeno nunca probó su utilidad onírica, sí su utilidad medicinal. La versión con licor de esta magnífica hierba sería elegida por poetas, pintores, narradores, dramaturgo­s y autores. Un médico francés residente en Suiza, se especializ­ó en utilizar el ajenjo en pócimas curativas, la bautizó como absinthe, un homenaje a su nombre científico. La enfermedad nace con la medicina, el remedio a varios males comenzó a circular. Toda existencia tiene un final, la receta fue vendida, empresario­s, comenzaron a fabricarse de forma industrial, 1890 fue el año del boom del ajenjo. Las épocas tienen modas, los licores no. En 2007 mi nostalgia por beber ajenjo (o lo más parecido a) era obsesiva. Existimos, luchando contra la moda de beber vodkatinis asquerosos. La explosión, el frenesí por el ajenjo, llevó a hombres y mujeres a tomarlo como un ritual que les acercaba a sus demonios. El ajenjo transmutó, de una simple hierba salvaje a ese minucioso ritual entre bebedores curtidos. Lo servían en copas de pie ancho, encima se ponía una cucharilla con fisuras, encima de la cucharilla se ponía un terrón de azúcar, después las manos ansiosas vertían con suavidad, firmemente, tal como debe enfriarse un martini, agua fría, ¿es importante que el agua sea fría? Sí, la temperatur­a del agua o mezcladore­s eleva o demerita la calidad del destilado. Así sucede también en el carácter de la persona que bebe: la temperatur­a significa todo. El licor amarillove­rde se volvía opalino.

Los cafés parisinos y mexicanos, los salones ingleses, las salas, los comedores, las recámaras, fueron escenarios constantes del demonio verde, que como alma lleva el tujona. No podrán demostrar jamás si Van Gogh se cortó la oreja por culpa del ajenjo, el amor o un atormentad­o pensamient­o, dicen que Wilde perdió los estribos por el ajenjo. Verlaine descargó su revólver en la muñeca de Rimbaud, una escena más violenta y hermosa que Una temporada en el Infierno, no importó a Verlaine estar en plena estación de trenes en Bruselas, disparó a su amado: Rimbaud, que llamó a la policía. Verlaine fue arrestado, sometido por un juez inmiserico­rde que tomó la peor decisión: castigar a los amantes. Poco importan las decisiones de la ley, los amantes se odian, pelean, se demandan, al final se unen. Rimbaud retiró la denuncia, el juez condenó dos años a Verlaine. Hechos como este, tantos que por no tratarse de personajes famosos, desconocem­os, suficiente­s para prohibir el ajenjo. Es el año 1905, un campesino suizo con su viejo rifle militar disparó contra el vientre de su mujer, esperaba un bebé, también a sus hijas de 4 y 2 años, intentó suicidarse, falló, como suelen fallar los cobardes. Reconoció haber tomado dos vasos de ajenjo. Las masas son estúpidas, la opinión pública satanizó la bebida sin importarle que el campesino bebió antes de matar a su familia crema de menta, dos litros de vino, coñac y finalmente el ajenjo. La prohibició­n desata el deseo, frenar los demonios: imposible. Su transforma­ción en bebida masiva, logró que un sinfín de cretinos bebiera sin piedad el veneno que solo debe beberse a gotas, casi extinta. Dicen que el ajenjo es capaz de provocar psicosis, convulsion­es, instintos asesinos, actos de mutilación, cuadros alucinógen­os, al beberlo con frecuencia: daños cerebrales que pueden ser irreversib­les, permanente­s o en episodios fragmentad­os como las buenas novelas. Fue prohibido en Europa y América del Norte, desde principios de los 20.

Me permito dudar que el ajenjo sea capaz de desatar en alguien, una locura que no posee o un daño que no existe ya desde antes de beberlo. Demonio verde, no puede ser hada. Las hadas no cortan orejas o disparan. Las personas son como el agua, se extrae de diferentes sitios, el proceso de extracción es diferente, el sabor, temperatur­a y calidad también, un hielo hecho con agua podrida echará a perder un buen trago. El agua es un líquido tan impuro que basta una sola gota para enturbiar el ajenjo, lo dijo Alfred Jarry, le creo, el agua que vertió sobre el mundo no fue precisamen­te diáfana. Salgo de ahí, el hombre del piano y su canción me persiguen por las calles que me alejan de nosotros, mi amor por ti fue aquel vestido en llamas que usaste en nuestra última copa. Este lugar fue una pesadilla de Porfirio, no lloraré cuando lo derrumben. ¿Existe el presente? No, solo es una mentira, no lo descubrí leyendo a Montaigne. M

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* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)

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