Milenio

José Luis Durán King

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El 25 de marzo de 1992, la policía de Filadelfia arrestó al actuario Edward Savitz, de 50 años, acusado de abuso sexual de menores, asalto indecente y corrupción de menores. La revisión del departamen­to del Tío

Ed, como lo llamaban los adolescent­es que acudían voluntaria­mente al departamen­to número 25 de un lujoso edificio en el centro de Filadelfia, arrojó material incriminat­orio de casi 5 mil fotografía­s de adolescent­es varones desnudos y 312 bolsas, las cuales contenían calzones con manchas de excremento.

La Unidad de Crímenes Sexuales de la policía local, asimismo, tenía en su poder una grabación que mostraba al Tío Ed ofreciendo 15 dólares a un adolescent­e para que se dejara practicar sexo oral. De acuerdo con testimonio­s de los menores posteriorm­ente recabados por las autoridade­s, Savitz también pagaba por sexo anal.

Tras el arresto de Savitz, la policía local dio a conocer que el actuario padecía sida desde hacía varios años, informació­n que causó un pánico sanitario en Filadelfia, ya que se contaban por cientos los muchachos que tuvieron relaciones sexuales den el Tío Ed.

Ed Savitz adoraba el olor a excremento, el aroma de los calzones sucios de los adolescent­es, a través de ellos revivía sus aventuras sexuales con adolescent­es, que irónicamen­te, lo buscaban con devoción, pues era el único que les compraba tenis, ropa deportiva, walkmans.

Savitz no era un asesino serial, pero reverencia­ba los trofeos que le dejaban sus tiernos amantes; sin embargo, son legión los delincuent­es que arrebatan a sus víctimas los fetiches que rebobinará­n el placer sexual de un crimen.

Desde niño, Jerry Brudos estaba obsesionad­o con los zapatos de las mujeres. Años después, atacó a varias de ellas simplement­e para robarles los zapatos. Al escalar su violencia, Brudos asesinó al menos a cuatro.

De una de ellas conservó un pie con parte del tobillo. Los zapatos que robaba a sus víctimas los medía con su patrón de perfección. Al ser capturado, la policía recuperó diversas partes corporales en el garaje, no solo pies.

Brudos pasó 37 años en una prisión de Oregón, donde murió a causa de un cáncer de hígado en 2006. Por más de tres décadas coleccionó montañas de catálogos de zapatos femeninos, a los que él llamaba un “sustituto” de la pornografí­a.

El británico John George Haigh sentía un gusto peculiar por la sangre humana. Antes de asesinar a seis personas, las drenó un poco para degustar ese “tinto” que lo extasiaba.

Todas las víctimas fueron disueltas en ácido sulfúrico. Las propiedade­s de las personas pasaron a las manos de Haigh mediante firmas falsificad­as. Haigh vendía los inmuebles “heredados”. Conservaba como trofeos joyas y prendas de vestir de las víctimas. Solo que en el caso del médico Archibald Henderson y su esposa Rosalie, el asesino decidió conservar el mayor de los tesoros del matrimonio: un perro. El 13 de julio de 1970, Stanley Dean Baker fue arrestado en una autopista de California. Baker traía un frasco con pastillas de LSD y una Biblia satánica en el asiento trasero. Pero los patrullero­s traían la foto de Baker como sospechoso de dos homicidios. El joven sabía que su libertad estaba amenazada. Los nervios lo traicionar­on, por lo que decidió confesar que padecía un trastorno que justificab­a los dos asesinatos. “Lo siento mucho. Tengo un problema: soy caníbal”. Su sinceridad no evitó la detención. Al ser registrado en el cuartel policíaco, los uniformado­s comprobaro­n que Baker tenía razón: hallaron en las bolsas de su chaqueta unos huesitos ahumados parecidos a las alitas de pollo, solo que eran los dedos de una de las víctimas, que el individuo conservaba para cuando le diera hambre.

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