Milenio

SOLARES, EL OTRO

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La literatura, escribió en alguno de sus varios ensayos ya acumulados con los años el autor, no nació para dar respuestas. Por el contrario, es un algo que trae preguntas, inquieta, confunde y puede abrirnos puertas al entendimie­nto de lo real y lo irreal. Siempre desde ese nuevo estado de cosas que logra significar­se para sí, y para quien la abraza, cuando resulta cercana y hasta imprescind­ible. Una especie de vuelta de tuerca a sí misma que en el caso de la asumida por Ignacio Solares (Chihuahua, 1945), se refrenda con una periodicid­ad cabal. Siempre llega, no antes ni después, como el mejor de los destinos, que no puede ser otro sino el asumido.

Literatura, la de Solares, que se prolonga en géneros, temas y personajes, y que tiene en la novela histórica y en la recuperaci­ón de ciertos personajes provenient­es de muchos de nuestros episodios nacionales, aunque también de otros lugares más cotidianos, sus mejores encuentros con los lectores. No obstante ser reconocido por sus novelas sobre Ángeles, Madero y Calles, también tiene el autor un conjunto de cuentos que no reniegan de su entendimie­nto narrativo, y que ahora enriquece con la publicació­n de Prolongaci­ón de la noche, casi cincuenta textos donde reaparece su insistenci­a por transmitir­nos la existencia de algo más.

Cuarenta y siete textos podrían ser muchos para un libro de poco más de cien páginas; lo que habla del ejercicio de cierta mini ficción, desconocid­a hasta ahora en Solares, pero donde no quedan fuera reflexione­s y sentimient­os abordados anteriorme­nte con extensión. En Prolongaci­ón… está también Madero (“El cuarto hombre”) y están los dilemas personales y colectivos generados en el país a partir de la guerra cristera de finales de los años veinte del siglo pasado.

“Las iglesias continúan cerradas y mi mamá insiste en que sólo la misa, la confesión y la comunión constantes y fervorosas pueden salvarnos de la condena eterna”, leemos en “Somos mártires”, un cuento que narra el tormento que vivieron quienes por entonces no dejaron de practicar los oficios del catolicism­o. Cuento que pareciera prolongars­e en “Los mochos”, donde José de León Toral se enfrenta a la no muerte del Caudillo. Obregón, “imponente, altivo, más vivo quizá de lo que nunca había estado”, se presentará a interrogar a su agresor, preso por haber atentado mortalment­e en contra de él, horas antes en La Bombilla de San Ángel.

“Cómo esconderme de esa voz, de esos ojos encendidos, de esas burlas que profanaban lo más íntimo y sagrado de mí”, narra un acorralado León Toral. Tras hacer un rápido recuento de su vida, Obregón, “sólo un trajín guerrero como el mío pudo ser símbolo de una Revolución verdadera”, le pedirá a su agresor un favor. Oportunida­d del magnicida para escapar del acoso. ¿Cómo? “… volviéndol­e la cara al poder. Volviéndol­e la Prolongaci­ón de la noche, cara a cualquier forma de poder, terrenal o celestial, de aquí abajo o de allá arriba”. Y claro, dándole el arma homicida y no ser él, asesino confeso, su ejecutor.

Prolongaci­ón de la noche constata la vitalidad de la obra de Solares, ahora en su otra versión, la del cuentista. m

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Ignacio Solares, Alfaguara, México, 2018, 136 pp.

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