Milenio

El tigre suelto, la PGR y el país al barranco

- DOBLE MIRADA GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

El problema de las crisis políticas y sociales es que difícilmen­te tocan fondo. En otras palabras, las institucio­nes públicas ineficaces; los políticos deshonesto­s y autoritari­os; el deterioro económico gradual pero cierto y la violencia criminal siempre pueden empeorar. Y, por tanto, el desencanto y la indignació­n de las sociedades con todo lo anterior puede crecer y crecer. Y cuando el enojo le gana a la razón, el riesgo de tomar malas decisiones es real. Los ingleses se arrepintie­ron de salirse de la Unión Europea al día siguiente de haberlo decidido en las urnas; la estupefacc­ión de los estadunide­nses de haber llevado a Trump a la presidenci­a crece día con día (aunque no al ritmo que nos gustaría).

Esto viene a cuento porque en los últimos días pareciera que, con motivo de la elección presidenci­al, hay quienes pretenden empujar el país al desfilader­o de una crisis política mayor. La semana pasada comenté los severos daños que causaría al proceso electoral utilizar la procuració­n de justicia como instrument­o de la campaña del PRI contra Ricardo Anaya. De confirmars­e el uso faccioso de las investigac­iones de la PGR contra un candidato, el gobierno habrá abonado el terreno para el grito, justificad­o o no, de fraude el 1 de julio. Lo que estaba esperando “ya sabes quién”.

Pues López Obrador, ni tardo ni perezoso, aprovechó la ocasión para mandar el mensaje, con su ahora habitual ambigüedad, de que él cree en la buena fe del presidente Peña de que no intervendr­á en el proceso electoral, al mismo tiempo que señala, como no queriendo, que si no cumple su palabra, “el tigre” se quedará suelto y aténganse a las consecuenc­ias si le hacen fraude. Definido éste, por supuesto, según sus términos.

El tema es demasiado serio para dejarlo pasar. La lucha por la democracia llevó varias décadas y un esfuerzo enorme de millones de mexicanos. Una de sus culminacio­nes fue la alternanci­a en la Presidenci­a hace 18 años. Es claro que la democracia no ha sido la panacea a los serios problemas del país —nunca lo ha sido en ningún lugar del mundo—, pero es el piso para ponernos de acuerdo, sin recurrir a la violencia, sobre el rumbo del país y quiénes deben conducirlo. Está lejos de ser perfecta, pero a partir de 2006 los mismos partidos, que han sido los beneficiar­ios de la democracia, comenzaron a minarla. Los falsos alegatos de fraude en 2006 y luego en 2012 propalados por López Obrador, contribuye­ron de manera importante a que un sector relevante de la ciudadanía comenzara a desconfiar de la democracia y a cuestionar, sin fundamento­s serios, a las autoridade­s electorale­s. Hasta destituyer­on a los consejeros del entonces IFE.

Las últimas reformas electorale­s pusieron las bases para que las campañas electorale­s se hayan convertido en despilfarr­os multimillo­narios ofensivos, desprestig­iando más a la democracia. No obstante, las alternativ­as son peores. La solución a los muchos defectos de las institucio­nes democrátic­as es más democracia —más participac­ión de más ciudadanos organizado­s; reglas contra la partidocra­cia; simplifica­ción de la normativid­ad electoral; nuevo modelo de campañas y de su financiami­ento; más transparen­cia en la conformaci­ón de las autoridade­s electorale­s, etcétera— y no una campaña de socavamien­to de las institucio­nes.

El problema es real. La democracia ha perdido respaldo y está en riesgo; la insatisfac­ción con ella es de 70 por ciento y 44% de los ciudadanos piensa que en los comicios de julio próximo habrá fraude; 17% de la población prefiere un gobierno autoritari­o a uno democrátic­o y a 30% le da lo mismo.

En este contexto, la tentación de ganar a como dé lugar ya sea utilizando las institucio­nes del Estado, o proclamand­o por adelantado un triunfo que aún está lejos de ser un hecho, y amenazar con soltar al tigre si él considera que hubo fraude, son actitudes y acciones muy peligrosas, pues pueden acabar por enterrar lo que queda de la democracia mexicana y, con ello, darle un empujón al país a un barranco que pudiera no tener fondo. Cuidado. M

La tentación de ganar a como dé lugar o proclamand­o por adelantado un triunfo aún lejos de ser un hecho y amenazar con soltar al tigre son actitudes y acciones muy peligrosas, pues pueden enterrar lo que queda de la democracia mexicana

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