El triunfo del espíritu sobre la materia
Stephen Hawking acaba de morir en su casa de Cambridge, en Inglaterra. Fue un físico teórico que hizo contribuciones importantes que ayudaron a comprender mejor la naturaleza del Universo. Pero fue mucho más que eso: fue un símbolo. “La imagen de Stephen Hawking, quien murió a los 76 años, en su silla de ruedas motorizada, con la cabeza levemente contorsionada hacia un lado y las manos cruzadas sobre los aparatos de control, capturó la imaginación popular como un verdadero símbolo del triunfo de la mente sobre la materia”, escribió en su obituario el físico Roger Penrose, quien investigó en los 70 el misterio de los hoyos negros junto con Hawking.
Stephen Hawking nació en enero de 1942. Estudió ciencias en Oxford, continuó sus estudios en Cambridge. Ahí fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica, una catástrofe llamada también enfermedad de Charcot. Tenía 21 años, le quedaban solo dos de vida, le dijeron los médicos. Su cuerpo empezó a declinar, aunque más despacio de lo que le pronosticaron. En 1974 perdió la capacidad de alimentarse a sí mismo, la capacidad de moverse, y en 1985 perdió para siempre el uso de la palabra, luego de una traqueotomía que fue necesaria para salvarle la vida, tras sufrir una pulmonía en Suiza. Pero su mente permanecía intacta y, su meta, cristalina: “entender completamente el Universo, por qué es como es y por qué existe”. Mientras su cuerpo decaía, además, su mente era recompensada. En 1974 fue electo miembro de la Royal Society y, en 1979, ocupó la Cátedra Lucasiana de filosofía natural en la Universidad de Cambridge, la misma que más de tres siglos antes había sido ocupada por Sir Isaac Newton. Así era reconocido su trabajo en la década de los 70, cuando desarrolló la idea de que los Hoyos Negros no solo absorben, por la fuerza de atracción que su masa ejerce, toda la luz y toda la materia que pasa a su proximidad, sino que también emiten radiación (la llamada radiación Hawking).
“Para mis colegas soy solo otro físico, pero para un público más amplio me convertí posiblemente en el científico más conocido del mundo”, escribió Stephen Hawking en Mi breve historia. “En parte porque encajo en el estereotipo de un genio discapacitado”. Tenía razón. A la gente le fascinaba el contraste entre su capacidad física, muy limitada, y su poder intelectual, muy grande, centrado en la comprensión de algo gigantesco: el Universo. Un cuerpo enfermo, una mente brillante. Su celebridad no dejó de crecer con los años. En 1988 publicó Una breve historia del tiempo,