Mami, ¿qué harías si me desaparecieran?
La pregunta amarra un nudo inmenso en mi garganta. Me la ha hecho mi hija de 12 años más de una vez en los últimos meses. Si ella desapareciera, creo que enloquecería, perdería el sentido de vida, no me sostendría sobre mis propias piernas, no tendría fuerza para gran cosa. Pero no se lo confieso, le aseguro que eso no le pasará y cambio el tema tan pronto como puedo. Ella, pese a su corta edad, debe tener conciencia del fenómeno de la desaparición forzada desde hace al menos cuatro años. Cuando escuchamos el noticiario de la mañana, cuando en las conversaciones entre amigos y familiares se desatan debates respecto al crimen, la procuración de justicia y sus métodos. Empieza a comprender las consecuencias de la impunidad. Aunque no puedo taparle los oídos ni ocultarle una realidad que compartimos, intento distraerla, hacer que vea esto como algo lejano, irreal. Pero es imposible engañarla, sabe que hay muchas personas en México, su país, que están desaparecidas. Son nuestras y nuestros desaparecidos, así lo entiende.
Ayer escuchaba a Hilda Hernández, madre de Benjamín Ascencio, con el nudo en la garganta, pero con la voz limpia y certera. Pausada, sostenida en su causa, ocupando un lugar en el presídium a nombre de las demás madres y padres de los 43 estudiantes. Hilda recapitula con total entereza lo que ha vivido, insiste en que parece que fue ayer cuando su hijo no llegó a casa. Cada minuto que pasa, cada día que pasa, seguimos pensando en nuestros hijos —nos revela—. Lo que más ha dolido, es que nos hayan mentido diciendo que nuestros hijos habían sido calcinados en el basurero. Dos peritajes demostraron que no es posible científicamente, pero no tuvieron corazón, nos quisieron hacer creer que así había sido. Su testimonio se replica en varios de los que integran el diagnóstico de impactos psicosociales de Ayotzinapa titulado “Yo solo quería que amaneciera”.
Ximena Antillón, coordinadora del diagnóstico, asegura que la desaparición es un duelo irresuelto que se activa todos los días mientras la verdad se oculta. Por eso es realmente admirable la fuerza con la que están de pie los padres y madres de los 43. Minerva Bello, la madre de Everardo Rodríguez, quien murió el mes pasado, no descansó un solo día para exigir verdad y justicia. Ninguno ha perdido la cordura y todos dan la batalla por sus hijos y por los nuestros.
Mario Patrón, director del Centro Prodh, advierte que se conoce la participación de Guerreros Unidos y sus vínculos con lo que llama la “macrocriminalidad” en los diferentes niveles del Estado, pero las investigaciones se han conducido hacia otro rumbo. Parece que una de las llaves para dejar de alimentar este fenómeno aterrador de la desaparición no puede ser otro que la irrenunciable búsqueda de la verdad.
Por el valor de estas madres y padres, por la vida de esos hijos a los que se les sigue esperando en casa, bien vale, como dijo Hayde Alcocer, directora de Fundar: hacer amanecer la verdad de nuestro adolorido México. M