Se irá el gran culpable y… ¿quién llegará?
La idea de que el actual presidente de la República es responsable de todo lo malo que ocurre en este país es tan irracional como la expectativa de que Obrador será el hacedor de todo lo bueno que acontecerá cuando él llegue al poder. Vaya visión tan infantil de las cosas, la de nosotros los mexicanos: no tenemos reparo alguno en atribuirle a una sola persona poderes absolutamente desmesurados y facultades exorbitantes. Y es que, en esa condición de pedigüeños perpetuos que nos caracteriza, esperamos que las soluciones nos vengan de fuera y nos resistimos intencionadamente a responsabilizarnos de las cosas que nos tocan en nuestro ámbito personal.
Pues sí, culpar es siempre mucho más cómodo que admitir. Una y otra vez, evadimos competencias y negamos cometidos para repartir yerros a diestra y siniestra. En ese sistema de impartición de culpas, el gobernante de turno es el primerísimo en volverse el blanco de nuestros denuestos e invectivas: el anterior jefe del Ejecutivo tuvo que sobrellevar el infamante sello de los “muertos de Calderón”, a Miguel Ángel Mancera le ha caído encima la imputación de “represor” (ah, y, en el caso del joven Marco Antonio, estaría ocultando y solapando brutalidades policiacas), y a Enrique Peña no hay manera de que se le reconozca acción positiva alguna.
Naturalmente, los ciudadanos resentimos el poder que detentan los de “arriba” porque sabemos también de sus abusos. Pero, no nos quedamos meramente ahí, en los señalamientos de asuntos concretos e incumplimientos reales, sino que expan- dimos nuestro rencor a todos los espacios y validamos despóticamente nuestra amargura. Y es que somos víctimas, antes que nada, y a partir de ahí nos arrogamos el derecho a la mentira, la facultad de acusar sin fundamento, el privilegio de no aceptar explicaciones, la dispensa de no atender datos duros y, sobre todo, el monopolio de adjudicarle, a casi todo lo que ocurra, una teoría conspiratoria (esto, lo de imaginar tremebundos complots y negrísimas conspiraciones, viene siendo el recurso por excelencia para explicar casi cualquier suceso, un perfecto sustituto de la lógica y la sensatez). Desde luego que, así las cosas, no puede no haber un gran culpable. Pero, al mismo tiempo, esperamos candorosamente el advenimiento del supremo inocente. ¡Uf! M