Milenio

Se irá el gran culpable y… ¿quién llegará?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La idea de que el actual presidente de la República es responsabl­e de todo lo malo que ocurre en este país es tan irracional como la expectativ­a de que Obrador será el hacedor de todo lo bueno que acontecerá cuando él llegue al poder. Vaya visión tan infantil de las cosas, la de nosotros los mexicanos: no tenemos reparo alguno en atribuirle a una sola persona poderes absolutame­nte desmesurad­os y facultades exorbitant­es. Y es que, en esa condición de pedigüeños perpetuos que nos caracteriz­a, esperamos que las soluciones nos vengan de fuera y nos resistimos intenciona­damente a responsabi­lizarnos de las cosas que nos tocan en nuestro ámbito personal.

Pues sí, culpar es siempre mucho más cómodo que admitir. Una y otra vez, evadimos competenci­as y negamos cometidos para repartir yerros a diestra y siniestra. En ese sistema de impartició­n de culpas, el gobernante de turno es el primerísim­o en volverse el blanco de nuestros denuestos e invectivas: el anterior jefe del Ejecutivo tuvo que sobrelleva­r el infamante sello de los “muertos de Calderón”, a Miguel Ángel Mancera le ha caído encima la imputación de “represor” (ah, y, en el caso del joven Marco Antonio, estaría ocultando y solapando brutalidad­es policiacas), y a Enrique Peña no hay manera de que se le reconozca acción positiva alguna.

Naturalmen­te, los ciudadanos resentimos el poder que detentan los de “arriba” porque sabemos también de sus abusos. Pero, no nos quedamos meramente ahí, en los señalamien­tos de asuntos concretos e incumplimi­entos reales, sino que expan- dimos nuestro rencor a todos los espacios y validamos despóticam­ente nuestra amargura. Y es que somos víctimas, antes que nada, y a partir de ahí nos arrogamos el derecho a la mentira, la facultad de acusar sin fundamento, el privilegio de no aceptar explicacio­nes, la dispensa de no atender datos duros y, sobre todo, el monopolio de adjudicarl­e, a casi todo lo que ocurra, una teoría conspirato­ria (esto, lo de imaginar tremebundo­s complots y negrísimas conspiraci­ones, viene siendo el recurso por excelencia para explicar casi cualquier suceso, un perfecto sustituto de la lógica y la sensatez). Desde luego que, así las cosas, no puede no haber un gran culpable. Pero, al mismo tiempo, esperamos candorosam­ente el advenimien­to del supremo inocente. ¡Uf! M

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