Milenio

Morrisey, Vargas Llosa y la tiranía de los buenos

- Julio Patán

Morrisey volvió a dar la nota. Quien fue al Vive Latino descubrió que mientras el cantante estuviera en el escenario nadie podría vender o comer carne, no al menos con su consentimi­ento (supongo que alguien habrá podido mordisquea­r un suadero de contraband­o; confío en ello). Nada de que sorprender­se. Dije antes que el ex Smith me aburre a muerte como músico —tanto azote dizque intelectua­lizado—, y que me parece un tonto con ínfulas, un provocador fallido, como digamos “hombre de ideas”. Vean su Autobiogra­fía, tan mamona, con sus momentazos sobre la asexualida­d o los derechos de los animales. O recuerden momentos como ese en que llamó a los chinos “subespecie humana”, por el modo en que tratan justamente a los animales. Sus seguidores, imagino, le conocían y toleraban esos desplantes. Pero lo del Vive Latino tiene otras implicacio­nes. Morrisey pide siempre, entre otras —llamémosla­s así— excentrici­dades ese veto contra la carne, veto que se extiende a, por ejemplo, la ropa hecha con pieles o plumas. Es, sí, la transforma­ción de la ética, la tuya, en precepto. El talibanism­o animalista como manifestac­ión de la tiranía de los buenos. La corrección política en plan de comisario cultural. Que es contra lo que apunta sus baterías Vargas Llosa en un texto reciente, me parece que con menos fortuna de la acostumbra­da pero con sustancia. Dice el peruano en “Nuevas inquisicio­nes” que la literatura tiene un nuevo enemigo, equiparabl­e a la religión o las dictaduras: el feminismo, que pretende “descontami­narla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralida­des”. No me parece que el feminismo sea una amenaza para la literatura, francament­e. Porque la mayor parte de sus corrientes son todavía y desde siempre más bien libertaria­s, y porque las más recalcitra­ntes, que en efecto claman por, digamos, censurar Lolita, son exiguas. Creo que la libertad de escritura y la de prensa están todavía a salvo. Pero es cierto que la cargada de la corrección política olvida que, a pesar de toda la Filosofía francesa del siglo XX, el lenguaje no crea sino que refleja la complejida­d de un mundo que incluye el abuso, el sexismo, la violencia: el mal; que ese reflejar es necesario por mil razones; y que todo intento de suprimirlo en nombre de su incidencia en lo real —matar el síntoma como si eso matara la enfermedad— ha conducido a la opresión. El aviso de Vargas Llosa puede ser excesivo, pero es atendible. No así Morrisey, que, de paso, defendió a Harvey Weinstein y el brexit. Y es que la idiotez sí que superó lo de derecha e izquierda.

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